

LOS MOROS.
El maestro, con su bata beig y regla en mano, señalaba el bosquejo que había escrito en la pizarra. El primer nombre que señaló con el improvisado punzón fue “Don Pelayo” y pasó a contarnos la batalla de Covadonga, en tierras asturianas.
El Cardenal Segura, comparó al Caudillo
con este rey, iniciador de la “Reconquista”
llamándole el Segundo Pelayo, porque
reconquistó para Cristo a España, de los
rojos, de las garras del comunismo ateo.
Ponía todo su patriota entusiasmo en la milagrosa aparición de la virgen que, al parecer, acuñó maneras, por cuanto desde entonces, parece que la virgen le ha tomado gusto a aparecerse en cuevas, y lo ha hecho en las de Lourdes (Francia), Fátima (Portugal), además de en Santander, otras partes del mundo y por último, bajo un olivo, en el Escorial. Pero en Covadonga fue distinto. Allí lo hizo para insuflar ánimos y fuerzas al incipiente ejército cristiano con Don Pelayo, erigido en rey, al frente, para reconquistar toda la península del poder de los moros. Después, como prueba del favor divino para el proyecto de esta reconquista, el maestro se refirió a la aparición del apóstol Santiago montado en su caballo blanco, mezclado con los caballeros cristianos, espada en mano, cortando cabezas moras en el fragor de la Batalla de Clavijo, motivo por el que Santiago, quedó convertido en el patrón de España, en su protector y principal valedor, en la lucha antisarracena, adquiriendo así el honorable apodo de Santiago “Matamoros”. Ni que decir tiene, que esta inexistente batalla, fue ganada por el fervoroso ejército cristiano, al grito de “¡Santiago y cierra España!”, que se tomó como grito de guerra por los ejércitos cristiano-españoles, porque “¡Alah hakbar!” (Dios es Grande), era el grito de guerra de los ejércitos islámico-españoles.
El espíritu de los mozalbetes se enardecía con aquellas historias de los maestros de las Escuelas del Ave María que, mas que historias, parecían historietas del tebeo del “Guerrero del Antifaz”, tan popular entre los chavales por aquellos días.
El tema general de aquella semana era “La Reconquista”. Así que deberíamos prepararnos para oír muchas mas historias parecidas. Pero, entonces, nos gustaban, porque el maestro, con sus explicaciones dirigidas por los libros de textos oficiales, se esforzaba por despertar el sentido de aventura en los niños y eran pocos, los que no soñaron con haber vivido en aquellas gloriosas épocas de gestas y epopeyas, emulando la valentía de caballeros cristianos como el Cid Campeador. Pero al mismo tiempo, crecía entre los chavales un sentimiento racista, de odio hacia el moro invasor, al no tenerle como compatriota de diferente religión, que a fuer de la verdad, era lo que realmente fueron.
En mi portal, casa de vecinos (parecidas a las “corralas” de Madrid), donde cada familia ocupaba una habitación o dos, con patio, cocinas y retrete común, nos sentábamos a la puerta y oíamos con igual fascinación que en la escuela, las aventuras de Antonio, hermano de la “Navarreta”, que venía con permiso de Sidi Ifni, donde estaba enrolado en el Tercio de la Legión. Era nuestro héroe particular. Aun estando de permiso, no dejaba su uniforme de Legionario. Camisa abierta exageradamente, mangas remangadas por encima del codo, tatuajes verdosos en brazos y pecho, gorro alto e inclinado con su borla roja siempre moviéndose, constituía la envidia de todos nosotros que veíamos en él, una versión actualizada del guerrero español, que nos pintaba el maestro en la escuela y que, además, todavía seguía luchando contra los moros, los mas crueles enemigos que, al parecer, había tenido y seguía teniendo España, aparte de los Rojos, vencidos por el Caudillo con la ayuda y protección del Sagrado Corazón de Jesús que, al decir de mi abuelo, persona muy creyente, no lo conocía porque debió militar en la Falange. Al que, sin embargo, sí conocía, era a Jesús de Nazaret que en nada se parecía al del Sagrado Corazón, por lo que él había leido en los Evangelios.
Los moros eran –según Antonio, el legionario- sucios. Llevaban –nos dijo- esos pantalones con fundillos bajos, para cagarse en ellos y por eso, apestaban. Eran cobardes y muy traicioneros. No debías darles nunca las espaldas, porque te expondrías a ser apuñalado. Las moras –seguía diciéndonos- eran todas unas putas a las que podías tirártelas por menos de un duro o por un bocadillo, pero tenías que tener cuidado con sus maridos. A mas de un legionario –nos dijo- le rebanaron el cuello mientras jodían, confiados, con alguna de ellas en la jaima de alguna kábila. También podían robarte o pegarte purgaciones, sífilis o ladillas, en el mejor de los casos.
En el cine Duque, junto al Mercadillo del Molinillo, que tiene forma de Mezquita y que hoy no existe, aguantábamos los picotazos de las chinches, mientras comíamos pipas de girasol o el bocadillo que llevábamos de casa, para sobrellevar el programa doble (dos películas, No-Do y trailers), que ése día incluía el film “¡A mí la legión!”.
Todo pues, confluía en un mismo objetivo: exaltar nuestros infantiles ánimos con aquellas arengas escolares, cinematográficas, vecinales y literarias de tebeos, para infundirnos una clase concreta de patriotismo español, y xenofobia moruna.
Lástima que no todos los chavales, podían comentar estas cosas con alguna persona, cuya opinión pudiera servirles de contrapunto, y formarse así, la suya propia. Yo era afortunado. Tenía a mi abuelo.
--Mira hijo -me explicaba mi viejo- , este desprecio y rabia que se tiene contra los moros es el resultado, por un lado, de la larga lucha habida contra ellos durante ocho siglos, que llaman Reconquista, pero que duró un siglo mas, tomando como referencia la guerra de las Alpujarras y no la marcha de Boabdil (Muhamad XIII). Y por otro lado, nuestra reciente guerra civil, en la que muchos de ellos, pertenecientes a las colonias españolas de África (Protectorado), las “tropas indígenas”, fueron obligados a participar al lado de Franco. La gente ha identificado a los moros primeros con estos últimos y los han metido en el mismo saco. Incluso los mismos “nacionales”, viéndose obligados a mantener el Protectorado y el Sáhara, también llamado español, en contra de la voluntad de los moros que habitaban estos territorios, con la tensión que esto genera, se hacen eco de esta xenofobia como el mismo Franco hace, en su libro pseudónimo “La Raza”, a pesar de que le ayudaron a ganar la guerra, y de lucirse con su personal Guardia Mora, de bonitos corceles, turbantes y largas capas blancas. Todo contribuye al menosprecio del moro. Los rojos porque ayudaron a Franco y los nacionales, por las guerrillas que Abdel Krim dirigió algo mas de una década antes de la República, contra el ejército español, al frente de las tribus del Rif, que provocaron la derrota de las tropas españolas en el llamado “desastre de Anual”, dando lugar a la respuesta franco-española de recuperación del territorio,
iniciada con el desembarco de Alhucemas y, si encima, los maestros os cuentan como os cuentan la Reconquista, como forja de la nación española, y añaden las Cruzadas, etc., el antagonismo y la animadversión contra los moros, queda inamoviblemente establecido, y durará –seguro- muchos años, afectando a muchas generaciones. Es mucho odio el que se siembra contando, según de qué manera, la llamada “Reconquista”.
Después de tan larga intervención, con sus paréntesis, interrupciones y aclaraciones, le pregunté:
--¿Vas a negar la Reconquista?. El ánimo era, mas que contradecirle, conocer su opinión. Y acerté, porque la pregunta dio lugar a una larguísima exposición que, aunque llegó a sorprenderme, sembró en mí la curiosidad y mas tarde, cuando crecí lo suficiente, pude confirmar cuanto me dijo, buscando en libros de historia y leyendo entre líneas, según qué autor, lo que pocos historiadores se atrevían a expresar sobre el particular. Y de esta manera, como andaluz expatriado de su tierra por la miseria, pero sin poder dejar de amarla, fui formando mi propia opinión. Mi abuelo prosiguió:
--Yo no llamaría “reconquista” a una guerra civil que, por larga que fuera, eso fue: una guerra entre españoles. Españoles musulmanes (la mayoría) contra españoles cristianos (la minoría). Así de terrible. Así de simple. Boabdil era tan español como Isabel la Católica y los Califas andaluces, nacidos en los pueblos de Andalucía, eran tan españoles como los reyes visigodos o sus descendientes, que reinaban en los diversos reinos cristianos que fueron formándose en la península; tan españoles como los reyes de León, de Castilla, de Navarra, de Aragón, etc, que podríamos llamarlos también Taifas cristianas. Y la monarquía andaluza, la casa Omeya y otras, aunque de origen extranjero, como la casa de Austria (de origen alemán) o la de los Borbones (de origen francés), fueron tan españolas como las demás que reinaron antes.
Andalucía puede exhibir, orgullosa de su historia, una lista tan larga de reyes andaluces, como los Austrias y Borbones juntos. Y sin embargo, cualquier escolar puede recitar de memoria la lista de los treinta y tres reyes godos, sin poder decir lo mismo de las listas de reyes andalusíes y sus respectivas casas.
--Los primeros árabes que llegaron a la península, no lo hicieron guiados por intereses comerciales como los fenicios, hebreos, incluso griegos (aunque éstos también tenían interese militares, como los que llegaron después, cartagineses, romanos, godos y visigodos).
Como, junto a los fenicios, mencionó a los hebreos, interrumpí al viejo porque no sabía que la presencia de los judíos en la península fuera tan antigua, y él me declaró que la fuente de su afirmación era la Biblia que afirmaba que, los siervos de Salomón, vinieron junto a los del rey de Sidón a Tarsis, para llevar a Jerusalén maderas preciosas y oro, que servirían para la construcción del Templo de Jehová, por lo que quedaba establecida la presencia de los judíos en la baja Andalucía, unos mil años antes de Cristo, donde se cree estaba situada Tarsis, que pudo ser capital del reino de los Tartesos.
--No vinieron, pues, los árabes por intereses comerciales –prosiguió- ni por intereses de conquista, como los que vinieron después de los fenicios, los árabes fueron llamados por uno de los dos bandos cristianos que estaban en conflicto. El Conde Julián declaró su enemistad contra el rey visigodo Don Rodrigo, a quien quería derrocar. Llamó para que le ayudasen a los árabes, aprovechando la relación que mantuvo con el rey Mussa en sus tiempos de Gobernador de la plaza de Ceuta, y éstos vinieron, le ayudaron y vencieron a las tropas reales en la batalla del río Guadalete, donde, además de la guerra, perdió la vida Don Rodrigo. En todo este tiempo, los árabes se percataron de la situación existente y, casi de inmediato, lo notificaron al rey Mussa que, prontamente, año 711, enviaron un pequeño cuerpo expedicionario de tres mil hombres, algunos dicen que la mitad, al mando de Tarik, que desembarcó en lo que luego, en su honor, se llamó Tarifa. En menos de un año, estos pocos árabes estuvieron en el Norte, atravesando toda la península sin contratiempo digno de mención y sin resistencia de la población.
Vieron la situación tremendamente injusta en que vivía la gente, sus divisiones, el poder feudal, tan grande, que hasta un mero Conde se permitía luchar contra el rey, y decidieron quedarse para arreglar la situación y propagar su fe y cultura. No hubo una invasión propiamente dicha. Eran muy pocos los que vinieron. No encontraron resistencia. Fue un paseo ir del Sur al Norte, no una guerra de conquista. No hubo ningún Dos de Mayo, sino todo lo contrario. Fueron tenidos desde el principio, como libertadores del feudalismo, sus taras, cargas y leyes que tenían a las gentes, sumidas en la miseria, la semiesclavitud y el hambre.
La política principal de los recién llegados fue la tierra. Empezaron, por donde mas tarde empezarían también todas las revoluciones: por la propiedad de la tierra. Según el Corán, su libro sagrado, y sus tradiciones proféticas, el mejor título de propiedad de una tierra es el sudor que se derrama sobre ella trabajándola. Acorde con esto, iban repartiendo las tierras de los señores feudales y señoríos de todas clases, a los que las habían trabajado y constituían en cada villa, pueblo, aldea, etc, una autoridad local nueva, inexistente hasta entonces, los Alcaldes, palabra incorporada al idioma castellano mas tarde, pero que como tantísimas otras, procede del árabe: Al Caid.
Los impuestos que pagaban en metálico y en especie a sus Amos feudales eran altísimos. Fueron reducidos a una ínfima parte y, en el caso de conversión al Islam, eran casi anulados. Como la mayoría de la población eran cristianos arrianos (seguidores del Obispo Arrio, que negaba la Trinidad), no hallaron mucha diferencia religiosa con el Islam, que aceptaba a todos los profetas, a los Apóstoles e incluso a Jesucristo como profeta. Esto, unido a la desaparición de algunos impuestos que no pagaban los musulmanes, propició la conversión en masa de pueblos enteros. Pero no hubo conversiones forzosas bajo amenaza de la espada, la cárcel o el destierro, como practicaron siglos mas tarde los cristianos católicos con su Santa Inquisición. No hubo conquista en el sentido militar que suele darse a esta palabra, y si la hubo, fue pacífica y sobre todo, liberadora. Tanto, que la gente llana, ahora dueña de sus tierras, y con pocos impuestos que pagar, colaboraba y se aprestaba a la conversión y la nueva religión se puso (no se “impuso”) de moda. Los que quisieron seguir siendo cristianos lo fueron. No hubo una invasión de musulmanes, sino una conversión de los españoles al Islam.
De hecho, una de las frases de la Inquisición a los españoles musulmanes, dicha siglos después, era ésta: “Tus tatarabuelos fueron cristianos y se hicieron musulmanes, ahora tú eres musulmán y debes hacerte cristiano”.
Mi abuelo me lo pintaba todo tan natural, que no pude por menos que deducir, que era lógico que la mal llamada Reconquista, tardara nueve siglos en recorrer hasta el Sur, el mismo camino que los primeros musulmanes habían recorrido hacia el Norte en tan sólo once meses.
--La Reconquista topó con una enorme resistencia, no de ejércitos extranjeros, sino de los propios españoles musulmanes. Ha sido la guerra civil mas larga que ha conocido la historia universal.
Al día siguiente, con mi candidez de niño, expuse en la escuela lo que me había comentado mi abuelo, con mis propias palabras y simplificación infantil de los conceptos.
¡Pobre de mí!. El enfurecido maestro denostó a mi abuelo que, por no estar presente, tuve que defender de los injustos improperios proferidos por el colérico docente. Para él, lo árabe era extranjero y lo cristiano era español. Así de simple interpretaba la historia. Así la entiende también toda mi generación, porque así nos lo enseñaron.
Cuando referí a mi abuelo las palabras del maestro, decidió ir a hablar con él.
Cuando el maestro supo de la presencia de mi abuelo en la escuela, para recibirle, se despojó de su bata beig y apareció un bien planchado traje gris que lucía en la solapa una insignia plateada del yugo y las flechas. Pude observar en su rostro una ligera sonrisa ante la presencia del viejo, que se le acercaba casi arrastrando los alpargates de esparto a cada paso que daba. Como no le invitó a entrar sino que parecía querer hablar en el patio, en el patio se pararon, de frente, y mi abuelo alargó la mano estrechándole cortésmente la suya al maestro, pero los saludos reglamentarios de urbanidad, fueron los justos y el viejo no se despojó de su gran boina, puesto que el patio era un lugar abierto.
--Usted debe ser el padre de este chico tan sabiondo que se atreve a discutir conmigo en la clase de historia.
--No. Soy su abuelo.
--Usted dirá. Ordenó –diría yo- mas que “dijo”, el maestro. Mi abuelo respondió:
--Sí. Yo diré. Diré que no me opongo a las regañinas ni a los castigos, cuando se aplican justamente porque los alumnos lo merezcan. Pero no puedo aceptar las regañinas ni los castigos gratuitos o sin causa, mentándoles a la familia con exabruptos o vituperios.
--¿Es eso lo que le ha contado su nieto?
--Sí. Eso mismo (aunque yo siempre corrijo, porque lo que dijo fue: “Sí. Eso mesmo”).
--Bien –continuó el profesor-. ¿Es usted el maestro, o lo soy yo?.¿Por qué llena usted la cabeza de su nieto de pájaros, de inexactitudes, de criterios que falsean la historia de nuestra Patria y sólo pueden conducir a la duda, al descreimiento, a la deformación del espíritu nacional y mas aun, al comunismo ateo y al desconcierto?.
--No sabía -dijo con cierto tono pícaro mi abuelo- que diferir de su visión de la historia fuera tan grave y que condujera a todo eso. ¿Es malo para la formación intelectual de los alumnos, que ellos puedan contrastar, comparar, examinar, y por tanto aportar su propio criterio?.
--No lo sería –respondió el maestro- si esa búsqueda de información complementaria se hicieran en las debidas fuentes, pero sí lo es, si se busca en fuentes ateas, en los eternos enemigos de España que pretenden la degradación del patriotismo, y la confusión moral de nuestro pueblo. ¿En qué infernales libros ha leído usted la corrección de la historia que le ha imbuido a su inocente nieto?.
--El contraste de pareceres siempre es bueno y aun de los pozos mas turbios puede sacarse, si se quiere, algo bueno. La mente es un filtro que hasta del fango puede sacar provecho. ¿No fue el mismo apóstol San Pablo en una de sus epístolas, el que dijo a todos los cristianos: “Examinadlo todo. Retened lo bueno”?.
No recuerdo bien lo que mi abuelo mencionó sobre Don Miguel de Moraita y sobre Don Claudio Sánchez de Albornoz, por entonces exiliado en Argentina, ni siquiera el nombre de otros historiadores, pero estuvieron largo rato hablando, hasta el punto que creí que el maestro se estaba amigando con mi viejo, porque el entusiasmo, que no enfado, que ambos mostraban, hizo que la siguiente clase, comenzara a la hora en que debía terminar.
Tuve la impresión de que el maestro miraba con ojos distintos a aquel viejo cateto emboinado con chapela, mas que boina, camisa con cuello de tirilla, pantalón de pana y alpargates de esparto. Creo que hasta le simpatizó, porque de tarde en tarde me preguntaba “¿cómo sigue tu abuelo?” y, desde luego, ya no me preguntaba en clase, cuando eran de historia. ¿Temería mis respuestas?. Tal vez fuera para no tener que volver a regañarme por mis contestaciones, y librarse de volver a ver a mi abuelo, repitiéndose el cortés, pero serio duelo, mantenido aquel día, sobre interpretaciones de la historia.
El Cardenal Segura, comparó al Caudillo
con este rey, iniciador de la “Reconquista”
llamándole el Segundo Pelayo, porque
reconquistó para Cristo a España, de los
rojos, de las garras del comunismo ateo.
Ponía todo su patriota entusiasmo en la milagrosa aparición de la virgen que, al parecer, acuñó maneras, por cuanto desde entonces, parece que la virgen le ha tomado gusto a aparecerse en cuevas, y lo ha hecho en las de Lourdes (Francia), Fátima (Portugal), además de en Santander, otras partes del mundo y por último, bajo un olivo, en el Escorial. Pero en Covadonga fue distinto. Allí lo hizo para insuflar ánimos y fuerzas al incipiente ejército cristiano con Don Pelayo, erigido en rey, al frente, para reconquistar toda la península del poder de los moros. Después, como prueba del favor divino para el proyecto de esta reconquista, el maestro se refirió a la aparición del apóstol Santiago montado en su caballo blanco, mezclado con los caballeros cristianos, espada en mano, cortando cabezas moras en el fragor de la Batalla de Clavijo, motivo por el que Santiago, quedó convertido en el patrón de España, en su protector y principal valedor, en la lucha antisarracena, adquiriendo así el honorable apodo de Santiago “Matamoros”. Ni que decir tiene, que esta inexistente batalla, fue ganada por el fervoroso ejército cristiano, al grito de “¡Santiago y cierra España!”, que se tomó como grito de guerra por los ejércitos cristiano-españoles, porque “¡Alah hakbar!” (Dios es Grande), era el grito de guerra de los ejércitos islámico-españoles.
El espíritu de los mozalbetes se enardecía con aquellas historias de los maestros de las Escuelas del Ave María que, mas que historias, parecían historietas del tebeo del “Guerrero del Antifaz”, tan popular entre los chavales por aquellos días.
El tema general de aquella semana era “La Reconquista”. Así que deberíamos prepararnos para oír muchas mas historias parecidas. Pero, entonces, nos gustaban, porque el maestro, con sus explicaciones dirigidas por los libros de textos oficiales, se esforzaba por despertar el sentido de aventura en los niños y eran pocos, los que no soñaron con haber vivido en aquellas gloriosas épocas de gestas y epopeyas, emulando la valentía de caballeros cristianos como el Cid Campeador. Pero al mismo tiempo, crecía entre los chavales un sentimiento racista, de odio hacia el moro invasor, al no tenerle como compatriota de diferente religión, que a fuer de la verdad, era lo que realmente fueron.
En mi portal, casa de vecinos (parecidas a las “corralas” de Madrid), donde cada familia ocupaba una habitación o dos, con patio, cocinas y retrete común, nos sentábamos a la puerta y oíamos con igual fascinación que en la escuela, las aventuras de Antonio, hermano de la “Navarreta”, que venía con permiso de Sidi Ifni, donde estaba enrolado en el Tercio de la Legión. Era nuestro héroe particular. Aun estando de permiso, no dejaba su uniforme de Legionario. Camisa abierta exageradamente, mangas remangadas por encima del codo, tatuajes verdosos en brazos y pecho, gorro alto e inclinado con su borla roja siempre moviéndose, constituía la envidia de todos nosotros que veíamos en él, una versión actualizada del guerrero español, que nos pintaba el maestro en la escuela y que, además, todavía seguía luchando contra los moros, los mas crueles enemigos que, al parecer, había tenido y seguía teniendo España, aparte de los Rojos, vencidos por el Caudillo con la ayuda y protección del Sagrado Corazón de Jesús que, al decir de mi abuelo, persona muy creyente, no lo conocía porque debió militar en la Falange. Al que, sin embargo, sí conocía, era a Jesús de Nazaret que en nada se parecía al del Sagrado Corazón, por lo que él había leido en los Evangelios.
Los moros eran –según Antonio, el legionario- sucios. Llevaban –nos dijo- esos pantalones con fundillos bajos, para cagarse en ellos y por eso, apestaban. Eran cobardes y muy traicioneros. No debías darles nunca las espaldas, porque te expondrías a ser apuñalado. Las moras –seguía diciéndonos- eran todas unas putas a las que podías tirártelas por menos de un duro o por un bocadillo, pero tenías que tener cuidado con sus maridos. A mas de un legionario –nos dijo- le rebanaron el cuello mientras jodían, confiados, con alguna de ellas en la jaima de alguna kábila. También podían robarte o pegarte purgaciones, sífilis o ladillas, en el mejor de los casos.
En el cine Duque, junto al Mercadillo del Molinillo, que tiene forma de Mezquita y que hoy no existe, aguantábamos los picotazos de las chinches, mientras comíamos pipas de girasol o el bocadillo que llevábamos de casa, para sobrellevar el programa doble (dos películas, No-Do y trailers), que ése día incluía el film “¡A mí la legión!”.
Todo pues, confluía en un mismo objetivo: exaltar nuestros infantiles ánimos con aquellas arengas escolares, cinematográficas, vecinales y literarias de tebeos, para infundirnos una clase concreta de patriotismo español, y xenofobia moruna.
Lástima que no todos los chavales, podían comentar estas cosas con alguna persona, cuya opinión pudiera servirles de contrapunto, y formarse así, la suya propia. Yo era afortunado. Tenía a mi abuelo.
--Mira hijo -me explicaba mi viejo- , este desprecio y rabia que se tiene contra los moros es el resultado, por un lado, de la larga lucha habida contra ellos durante ocho siglos, que llaman Reconquista, pero que duró un siglo mas, tomando como referencia la guerra de las Alpujarras y no la marcha de Boabdil (Muhamad XIII). Y por otro lado, nuestra reciente guerra civil, en la que muchos de ellos, pertenecientes a las colonias españolas de África (Protectorado), las “tropas indígenas”, fueron obligados a participar al lado de Franco. La gente ha identificado a los moros primeros con estos últimos y los han metido en el mismo saco. Incluso los mismos “nacionales”, viéndose obligados a mantener el Protectorado y el Sáhara, también llamado español, en contra de la voluntad de los moros que habitaban estos territorios, con la tensión que esto genera, se hacen eco de esta xenofobia como el mismo Franco hace, en su libro pseudónimo “La Raza”, a pesar de que le ayudaron a ganar la guerra, y de lucirse con su personal Guardia Mora, de bonitos corceles, turbantes y largas capas blancas. Todo contribuye al menosprecio del moro. Los rojos porque ayudaron a Franco y los nacionales, por las guerrillas que Abdel Krim dirigió algo mas de una década antes de la República, contra el ejército español, al frente de las tribus del Rif, que provocaron la derrota de las tropas españolas en el llamado “desastre de Anual”, dando lugar a la respuesta franco-española de recuperación del territorio,
iniciada con el desembarco de Alhucemas y, si encima, los maestros os cuentan como os cuentan la Reconquista, como forja de la nación española, y añaden las Cruzadas, etc., el antagonismo y la animadversión contra los moros, queda inamoviblemente establecido, y durará –seguro- muchos años, afectando a muchas generaciones. Es mucho odio el que se siembra contando, según de qué manera, la llamada “Reconquista”.
Después de tan larga intervención, con sus paréntesis, interrupciones y aclaraciones, le pregunté:
--¿Vas a negar la Reconquista?. El ánimo era, mas que contradecirle, conocer su opinión. Y acerté, porque la pregunta dio lugar a una larguísima exposición que, aunque llegó a sorprenderme, sembró en mí la curiosidad y mas tarde, cuando crecí lo suficiente, pude confirmar cuanto me dijo, buscando en libros de historia y leyendo entre líneas, según qué autor, lo que pocos historiadores se atrevían a expresar sobre el particular. Y de esta manera, como andaluz expatriado de su tierra por la miseria, pero sin poder dejar de amarla, fui formando mi propia opinión. Mi abuelo prosiguió:
--Yo no llamaría “reconquista” a una guerra civil que, por larga que fuera, eso fue: una guerra entre españoles. Españoles musulmanes (la mayoría) contra españoles cristianos (la minoría). Así de terrible. Así de simple. Boabdil era tan español como Isabel la Católica y los Califas andaluces, nacidos en los pueblos de Andalucía, eran tan españoles como los reyes visigodos o sus descendientes, que reinaban en los diversos reinos cristianos que fueron formándose en la península; tan españoles como los reyes de León, de Castilla, de Navarra, de Aragón, etc, que podríamos llamarlos también Taifas cristianas. Y la monarquía andaluza, la casa Omeya y otras, aunque de origen extranjero, como la casa de Austria (de origen alemán) o la de los Borbones (de origen francés), fueron tan españolas como las demás que reinaron antes.
Andalucía puede exhibir, orgullosa de su historia, una lista tan larga de reyes andaluces, como los Austrias y Borbones juntos. Y sin embargo, cualquier escolar puede recitar de memoria la lista de los treinta y tres reyes godos, sin poder decir lo mismo de las listas de reyes andalusíes y sus respectivas casas.
--Los primeros árabes que llegaron a la península, no lo hicieron guiados por intereses comerciales como los fenicios, hebreos, incluso griegos (aunque éstos también tenían interese militares, como los que llegaron después, cartagineses, romanos, godos y visigodos).
Como, junto a los fenicios, mencionó a los hebreos, interrumpí al viejo porque no sabía que la presencia de los judíos en la península fuera tan antigua, y él me declaró que la fuente de su afirmación era la Biblia que afirmaba que, los siervos de Salomón, vinieron junto a los del rey de Sidón a Tarsis, para llevar a Jerusalén maderas preciosas y oro, que servirían para la construcción del Templo de Jehová, por lo que quedaba establecida la presencia de los judíos en la baja Andalucía, unos mil años antes de Cristo, donde se cree estaba situada Tarsis, que pudo ser capital del reino de los Tartesos.
--No vinieron, pues, los árabes por intereses comerciales –prosiguió- ni por intereses de conquista, como los que vinieron después de los fenicios, los árabes fueron llamados por uno de los dos bandos cristianos que estaban en conflicto. El Conde Julián declaró su enemistad contra el rey visigodo Don Rodrigo, a quien quería derrocar. Llamó para que le ayudasen a los árabes, aprovechando la relación que mantuvo con el rey Mussa en sus tiempos de Gobernador de la plaza de Ceuta, y éstos vinieron, le ayudaron y vencieron a las tropas reales en la batalla del río Guadalete, donde, además de la guerra, perdió la vida Don Rodrigo. En todo este tiempo, los árabes se percataron de la situación existente y, casi de inmediato, lo notificaron al rey Mussa que, prontamente, año 711, enviaron un pequeño cuerpo expedicionario de tres mil hombres, algunos dicen que la mitad, al mando de Tarik, que desembarcó en lo que luego, en su honor, se llamó Tarifa. En menos de un año, estos pocos árabes estuvieron en el Norte, atravesando toda la península sin contratiempo digno de mención y sin resistencia de la población.
Vieron la situación tremendamente injusta en que vivía la gente, sus divisiones, el poder feudal, tan grande, que hasta un mero Conde se permitía luchar contra el rey, y decidieron quedarse para arreglar la situación y propagar su fe y cultura. No hubo una invasión propiamente dicha. Eran muy pocos los que vinieron. No encontraron resistencia. Fue un paseo ir del Sur al Norte, no una guerra de conquista. No hubo ningún Dos de Mayo, sino todo lo contrario. Fueron tenidos desde el principio, como libertadores del feudalismo, sus taras, cargas y leyes que tenían a las gentes, sumidas en la miseria, la semiesclavitud y el hambre.
La política principal de los recién llegados fue la tierra. Empezaron, por donde mas tarde empezarían también todas las revoluciones: por la propiedad de la tierra. Según el Corán, su libro sagrado, y sus tradiciones proféticas, el mejor título de propiedad de una tierra es el sudor que se derrama sobre ella trabajándola. Acorde con esto, iban repartiendo las tierras de los señores feudales y señoríos de todas clases, a los que las habían trabajado y constituían en cada villa, pueblo, aldea, etc, una autoridad local nueva, inexistente hasta entonces, los Alcaldes, palabra incorporada al idioma castellano mas tarde, pero que como tantísimas otras, procede del árabe: Al Caid.
Los impuestos que pagaban en metálico y en especie a sus Amos feudales eran altísimos. Fueron reducidos a una ínfima parte y, en el caso de conversión al Islam, eran casi anulados. Como la mayoría de la población eran cristianos arrianos (seguidores del Obispo Arrio, que negaba la Trinidad), no hallaron mucha diferencia religiosa con el Islam, que aceptaba a todos los profetas, a los Apóstoles e incluso a Jesucristo como profeta. Esto, unido a la desaparición de algunos impuestos que no pagaban los musulmanes, propició la conversión en masa de pueblos enteros. Pero no hubo conversiones forzosas bajo amenaza de la espada, la cárcel o el destierro, como practicaron siglos mas tarde los cristianos católicos con su Santa Inquisición. No hubo conquista en el sentido militar que suele darse a esta palabra, y si la hubo, fue pacífica y sobre todo, liberadora. Tanto, que la gente llana, ahora dueña de sus tierras, y con pocos impuestos que pagar, colaboraba y se aprestaba a la conversión y la nueva religión se puso (no se “impuso”) de moda. Los que quisieron seguir siendo cristianos lo fueron. No hubo una invasión de musulmanes, sino una conversión de los españoles al Islam.
De hecho, una de las frases de la Inquisición a los españoles musulmanes, dicha siglos después, era ésta: “Tus tatarabuelos fueron cristianos y se hicieron musulmanes, ahora tú eres musulmán y debes hacerte cristiano”.
Mi abuelo me lo pintaba todo tan natural, que no pude por menos que deducir, que era lógico que la mal llamada Reconquista, tardara nueve siglos en recorrer hasta el Sur, el mismo camino que los primeros musulmanes habían recorrido hacia el Norte en tan sólo once meses.
--La Reconquista topó con una enorme resistencia, no de ejércitos extranjeros, sino de los propios españoles musulmanes. Ha sido la guerra civil mas larga que ha conocido la historia universal.
Al día siguiente, con mi candidez de niño, expuse en la escuela lo que me había comentado mi abuelo, con mis propias palabras y simplificación infantil de los conceptos.
¡Pobre de mí!. El enfurecido maestro denostó a mi abuelo que, por no estar presente, tuve que defender de los injustos improperios proferidos por el colérico docente. Para él, lo árabe era extranjero y lo cristiano era español. Así de simple interpretaba la historia. Así la entiende también toda mi generación, porque así nos lo enseñaron.
Cuando referí a mi abuelo las palabras del maestro, decidió ir a hablar con él.
Cuando el maestro supo de la presencia de mi abuelo en la escuela, para recibirle, se despojó de su bata beig y apareció un bien planchado traje gris que lucía en la solapa una insignia plateada del yugo y las flechas. Pude observar en su rostro una ligera sonrisa ante la presencia del viejo, que se le acercaba casi arrastrando los alpargates de esparto a cada paso que daba. Como no le invitó a entrar sino que parecía querer hablar en el patio, en el patio se pararon, de frente, y mi abuelo alargó la mano estrechándole cortésmente la suya al maestro, pero los saludos reglamentarios de urbanidad, fueron los justos y el viejo no se despojó de su gran boina, puesto que el patio era un lugar abierto.
--Usted debe ser el padre de este chico tan sabiondo que se atreve a discutir conmigo en la clase de historia.
--No. Soy su abuelo.
--Usted dirá. Ordenó –diría yo- mas que “dijo”, el maestro. Mi abuelo respondió:
--Sí. Yo diré. Diré que no me opongo a las regañinas ni a los castigos, cuando se aplican justamente porque los alumnos lo merezcan. Pero no puedo aceptar las regañinas ni los castigos gratuitos o sin causa, mentándoles a la familia con exabruptos o vituperios.
--¿Es eso lo que le ha contado su nieto?
--Sí. Eso mismo (aunque yo siempre corrijo, porque lo que dijo fue: “Sí. Eso mesmo”).
--Bien –continuó el profesor-. ¿Es usted el maestro, o lo soy yo?.¿Por qué llena usted la cabeza de su nieto de pájaros, de inexactitudes, de criterios que falsean la historia de nuestra Patria y sólo pueden conducir a la duda, al descreimiento, a la deformación del espíritu nacional y mas aun, al comunismo ateo y al desconcierto?.
--No sabía -dijo con cierto tono pícaro mi abuelo- que diferir de su visión de la historia fuera tan grave y que condujera a todo eso. ¿Es malo para la formación intelectual de los alumnos, que ellos puedan contrastar, comparar, examinar, y por tanto aportar su propio criterio?.
--No lo sería –respondió el maestro- si esa búsqueda de información complementaria se hicieran en las debidas fuentes, pero sí lo es, si se busca en fuentes ateas, en los eternos enemigos de España que pretenden la degradación del patriotismo, y la confusión moral de nuestro pueblo. ¿En qué infernales libros ha leído usted la corrección de la historia que le ha imbuido a su inocente nieto?.
--El contraste de pareceres siempre es bueno y aun de los pozos mas turbios puede sacarse, si se quiere, algo bueno. La mente es un filtro que hasta del fango puede sacar provecho. ¿No fue el mismo apóstol San Pablo en una de sus epístolas, el que dijo a todos los cristianos: “Examinadlo todo. Retened lo bueno”?.
No recuerdo bien lo que mi abuelo mencionó sobre Don Miguel de Moraita y sobre Don Claudio Sánchez de Albornoz, por entonces exiliado en Argentina, ni siquiera el nombre de otros historiadores, pero estuvieron largo rato hablando, hasta el punto que creí que el maestro se estaba amigando con mi viejo, porque el entusiasmo, que no enfado, que ambos mostraban, hizo que la siguiente clase, comenzara a la hora en que debía terminar.
Tuve la impresión de que el maestro miraba con ojos distintos a aquel viejo cateto emboinado con chapela, mas que boina, camisa con cuello de tirilla, pantalón de pana y alpargates de esparto. Creo que hasta le simpatizó, porque de tarde en tarde me preguntaba “¿cómo sigue tu abuelo?” y, desde luego, ya no me preguntaba en clase, cuando eran de historia. ¿Temería mis respuestas?. Tal vez fuera para no tener que volver a regañarme por mis contestaciones, y librarse de volver a ver a mi abuelo, repitiéndose el cortés, pero serio duelo, mantenido aquel día, sobre interpretaciones de la historia.
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