viernes, 12 de marzo de 2010

EL COÑO DE LA BERNARDA.

Marino del s. XVIII, Museo de Gibralfaro que, dada la licencia que tienen los Nobles para diseñar sus vestiduras, bien nos puede servir para ilustrar a Don Alfonso, el Marqués de este cuento, y así, no comprometemos a nadie. (Fotos Gregorio).
Srta. Dª. Bernarda. (Dibujo de mi Galería)



"EL COÑO DE LA BERNARDA".
(Posible origen de esta expresió popular).

Se llamaba Bernarda. Guapa moza. Ambiciosa, inteligente, que sólo disponía de una pequeña renta para vivir y que, distando mucho de ser rica, le permitía codearse con la alta oligarquía del pueblo y sus alrededores. Una cosa tenía clara: era hermosa y lo sabía.
Era invitada a las fiestas de los señoritos y a sus monterías. Se supo admirada por ellos, halagada, solicitada, codiciada, fueran mozos o casados, jóvenes, maduros y hasta viejos arrugados.
Su mejor patrimonio no era su escasa, aunque suficiente renta. Era su cara, su cuerpo, su buena educación y exquisita cortesía. Muñequita de porcelana, que podría realzar cualquier estantería. Sabia y cuca la zagala, no estaba dispuesta a que historias de amoríos devaluaran su plusvalía. Mantenerse en este campo seria, formal, decente, la revalorizaba y, por tanto, le convenía.

Tuvo, como era de esperar, varias proposiciones de matrimonio que, gentilmente, rechazó, esperando que llegara la que mas le convenía. En el círculo burgués donde se movía, estos rechazos la revalorizaron y, casi se estableció una pugna entre los ricos y nobles varones, por ver quién la conseguiría.
Un Marqués cincuentón, perro viejo en estas lides, apostó con un amigo que él sería el elegido de la moza en cuestión. Y tan en serio se tomaron la sustanciosa apuesta, que decidieron hacerla ante Notario. Tras prometer llevar en secreto el asunto, así escribió el funcionario público, por dictado del Marqués:
--- “Yo, Alfonso......,Marqués de....., en pleno uso de mis facultades, libremente y sin coacción, expongo que en el día de hoy, hago apuesta con Don Antonio......,consistente en cederle a título de propiedad, y si gasto alguno por su parte, la finca llamada “del Mutilado”, de.......hectáreas, sita en el término municipal de esta villa, el día....del próximo mes de Abril, si para la susodicha fecha no he podido seducir amorosamente, con demostración y pruebas fehacientes de ello, a la Srta. Doña Bernarda.....”. Fechado y firmado por el Marqués y el Notario.------
El Notario añadió a este escrito otro, con un redactado similar, por el que Don Antonio se comprometía en los mismos términos, a ceder al Marqués su finca del “Toro”, si para el mismo día de Abril, no conseguía la seducción de la misma muchacha.
En el caso de que ninguno de los dos lo consiguieran, o ambos lo hicieran y pudieran demostrarlo, la apuesta quedaría anulada y sin ningún efecto. Firmaban, pues, ambos y el Notario estampó su sello y su rúbrica, después del consabido “Doy fe”.

Ambos, con sus respectivas copias notariales, juraron guardar silencio sobre la apuesta y se fueron de copas a celebrar el acuerdo y, al día siguiente mismo, emprendieron febrilmente la acción. Ramos de flores, visitas, fiestas, cacerías. Jamás conocieron los señoritos del lugar, tan repleto rosario de divertimentos, promovidos en pura competición por el Marqués Don Alfonso y el señorito Don Antonio. Hasta Bernarda se sintió sorprendida, por el derroche de ambos, para conseguir su atención. Ambos le tiraron formalmente los tejos, dejando a la chica perpleja, indecisa, frente a estas dos opciones. Ocasión como la que se le presentaba, era la que ella había estado esperando. Su vida se solucionaría, cualquiera que fueran las preferencias de la joven.
El Marqués, aunque mas rico, estaba en desventaja. ¿Qué podía pretender él, cumplidos ya los cincuenta y pico, casado y con varios hijos mayores, que al proporcionarle nietos, le habían convertido ya en abuelo, frente a un Don Antonio, soltero, joven, apuesto y bastante rico?.
Además, conoció el Marqués que su rival, estaba jugando fuerte para ganarle la finca del Mutilado, que tantas veces intentó comprársela, sin resultado. Ahora, intentaba conseguirla gratis, por una apuesta, ya que el avispado Don Antonio, consciente de sus ventajas, le había propuesto a Bernarda no un ligue mas o menos serio, sino el mismísimo matrimonio, celebrado por la Iglesia, indisoluble y canónico. --¿Qué mas puedo hacer yo -se lamentaba el Marqués- para superarle?.
Dicen que el hambre agudiza el ingenio, pero mas que el hambre, lo agudiza la ambición. Así que, Don Alfonso el Marqués, calculó por su secretario, el precio de la finca del Toro que Don Antonio se jugaba, y resultó ser muy parecido al de su finca del Mutilado que, sin duda perdería, de forma estúpida, sin obtener precio alguno, ni otra compensación.
Después de una noche en vela, en la que le dio mil vueltas al asunto, llamó a su secretario y le dictó un documento que así rezaba:
--- “El que suscribe, Don Alfonso.....Marqués de ......., Toma la siguiente y firme resolución: Lego en propiedad y sin ningún cargo, mi finca del Mutilado, de....hectáreas de extensión, a Doña Bernarda........tan sólo porque dicha señorita me entregase unos mechones de pelo de las partes mas íntimas de su cuerpo, que yo guardaría secretamente como una reliquia”. Faltaba tan sólo la firma del Notario, ya que Don Alfonso había estampado la suya.
Y con el citado documento se presentó, al día siguiente, en la casa de Bernarda y, mientras tomaban el té que la muchacha, amablemente le ofreció, fue derecho al grano y le dijo:
--Bernarda, eres una estupenda mujer que haría feliz a cualquier hombre. Eres guapa, hermosa, hasta el punto de hacerme perder la cabeza, aunque no te lo hayas propuesto. Por eso es que te he cortejado insistentemente en estas últimas semanas. Pero lo he pensado mejor. Sé que Don Antonio te ha pedido en matrimonio. Yo no puedo hacer lo mismo. Si pudiera, lo haría. Pero no puedo permitir que estés en boca de las gentes. Además, yo soy un pobre viejo. Estoy seguro que Don Antonio, joven, y que me consta que te quiere, te hará muy feliz. Permíteme, pues, que desista de mis intenciones, deseándote la felicidad que te mereces.
Conmovida la moza por tales palabras, le dio pena del desdichado Marqués y aunque, zalamera, coqueteó un poco y reconoció, para sus adentros, que al viejo le asistía toda la razón, pues ella misma así lo había pensado también.
--¡Ay, ay, Don Alfonso!,¡cuánto me duele causarle esta pena!. Dijo suspirando, visiblemente entristecida. Don Alfonso, quejumbroso y resignado, le dijo que la amaría siempre, que sentiría por ella la misma pasión, pero que jamás la molestaría ni volvería a insistir, pues su retirada, era meditada y firme. Era hombre –afirmó- de una sola palabra.
--Sin embargo –volvió a decirle el Marqués- tengo mis manías Bernarda. Manías de viejo, que despertarían las risas de muchos, pero que para mí, supondrían una felicidad secreta en la que pudiera refugiarme en las noches de melancolía. Pero no me atrevo a pedírtelo. No sé si lo comprenderías. Aunque estaría dispuesto a compensarte con la mitad de mis bienes, si accedieras a un capricho de viejo, inocente, y que para ti, ningún sacrificio supondría. No es que te acuestes conmigo. Perderías tu honra y yo, tal cosa, no la permitiría. Sino que me obsequies con una reliquia tuya, muy íntima, eso sí, pero a fin de cuentas, tan sólo un recuerdo que mitigaría mi pena. Una reliquia, con tu dedicatoria, que sería el único secreto entre ambos y por ella, hasta la finca del Mutilado te daría, no para comprártela, sino como compensación al sacrificio que, para una mujer decente como tú, acceder a mi manía supondría.
Y sin decir mas, se sacó el papel que había preparado su secretario la noche anterior y se lo mostró, apartando su mirada de la joven, como si estuviera avergonzado, por lo que en el papel pedía.
Bernarda lo leyó despacio y trató de ocultar una sonrisa que, finalmente, se le escapó, mientras pensaba:--Así que esos pelos, son la reliquia que el viejo quiere, y por ellos, está dispuesto a regalarme la finca. Sí; está firmado por él; reconozco su firma. Y sin elucubrar mas, preguntó inmediatamente al Marqués:
--Lo de los pelos como reliquia...bueno, lo entiendo. Hay quien guarda los rizos de la melena de su dama. Usted, (perdón) tú, los quieres de otro sitio....lo comprendo por tu pasión hacia mí, que tan insistentemente me has mostrado, pero...¿por qué quieres una dedicatoria con mi firma?.
A lo que él respondió: --Para poder leerla en mis noches de melancolía, cuando abra la bolsita y pueda imaginarme que oigo tu voz diciéndome: “Para ti, Alfonso, en recuerdo de tu amor por mí, te doy estos vellos de mis partes mas íntimas.-Bernarda.”.
Puso el viejo tanto fervor y patetismo en sus palabras, que la joven, viéndole arrodillado y lloroso, pensó que haría una obra de caridad accediendo al capricho del Marqués y que, además, por un afeitado y dos líneas de papel, conseguiría una finca. Le vino a la memoria, la actitud del rey Enrique, de Navarra que, siendo protestante, fue llamado a ocupar también el trono de Francia y dijo aquello de “París, bien vale una Misa”. Así que estaba decidida. No tenía que acostarse con él, sólo cortarse unos pelos y escribir una brevísima frase dedicatoria. Poniendo de pié a Don Alfonso, que seguía de rodillas, le respondió:
--¡Sea como dices, puesto que para ti tanto significa!.

El Marqués, con su preciada bolsita y su tierna dedicatoria, se despidió de Bernarda, conscientes ambos de que aquello era una cortés y posiblemente definitiva, despedida.

La boda con Don Antonio estaba fijada para un día antes del vencimiento de la apuesta. Ese mismo día, víspera también de la boda, se dio prisa en llamar al secretario para recordarle su promesa de silencio, al Notario que dio fe de las apuestas y a Don Antonio y canturreando socarronamente el Marqués, sacó del bolsillo de su chaleco una bolsita de terciopelo rojo y la mostró a los presentes, penduleándola especialmente ante las narices de Don Antonio.
Fue sacando los ensortijados y gruesos mechones negros de la bolsa, colocándolos encima de la mesita alrededor de la que se hallaban sentados. No sabiendo ni el Notario ni el novio, qué significaba aquella fila capilar sobre la mesa, el Marqués leyó en voz alta el papel doblado que la bolsa aterciopelada contenía, pasándoselo después al Notario y éste a Don Antonio. –“Para ti, Alfonso, en recuerdo de tu amor por mí, te doy estos vellos de las partes mas íntimas de mi cuerpo.-Firmado: Bernarda”.
--¡Ja, ja, ja!.Mañana por la noche, podrás contemplar el santuario genital de tu Bernarda sin el rizado y negro manto capilar que lo adornaba. Afirmó, ufano, el Marqués. –¡Ya nos contarás la excusa que se le ocurre a tu amada para explicarte cómo perdió la cabellera negra de su hermoso pubis¡.
Don Antonio no reía. Se puso blanco como la cera, sin saber si por haber perdido la finca del Toro o por haber perdido a Bernarda. Quizá, por ambas cosas.
El Marqués dejó de reír, viendo como se lo estaba tomando su amigo de juergas y correrías. Como era obvio que ya no se casaría, perdiendo la apuesta, se aprestó a darle una solución y le dijo al respecto:
--Un certificado matrimonial vale tanto como mi bolsita. Si te casas mañana, según lo previsto, estarías dentro del plazo que nos dimos en la apuesta y ésta sería nula, como acordamos, al haber conseguido los dos a Bernarda. Mándale unas horas antes de la boda al Notario, para que firme una separación de bienes, y todo resuelto. Hasta podrías pasar un buen viaje de bodas con luna de miel incluida; ¡te aseguro que la Bernarda lo merece!.
Recalcando esto último, con segunda intención. A lo que Don Antonio replicó entre triste y enfadado:
--No Alfonso. ¿Cómo voy a casarme, sabiéndome ya cornudo?. Aunque pierda mi finca, no me casaré. ¡Tú has ganado, Marqués!.
El honor de la bragueta, tan típicamente ibérico, se impuso y la boda se suspendió todo lo discretamente que se pudo, hablándose mas bien de un breve aplazamiento. Ya se les ocurriría algo para salir del atolladero.

Al día siguiente venció la apuesta. Pero el Marqués sabía en conciencia, que no la había ganado, que todo lo que Bernarda tuvo de él entre sus hermosas piernas, fue su mano empuñando unas tijeras. A pesar de lo que había hecho creer a su amigo, estaban empatados. Bernarda, fiel a ella misma, seguía empeñada en mejorar su posición, y sus encantos y reputación, era lo único que le ayudarían a conseguirlo. De otra manera se devaluaba y no podría alcanzar su ambición. Don Antonio, mas joven, no comprendió esta faceta de Bernarda, de la que el experimentado Marqués se percató pronto, motivo por el cual ideó su ya mencionada treta. Lo mismo que uno estuvo dispuesto a perder su finca del Toro antes que su honor, el otro no podía cobrar una apuesta que no había ganado. Aunque entre los tres protagonistas de esta historia no sumaban mucha vergüenza, existía –al menos- cierta “honrilla”, mostrada por cada uno de los personajes, de la manera que expondremos a continuación.

Don Alfonso el Marqués, porque cuando Don Antonio le requirió para formalizar Escritura pública de su finca del Toro a favor del Marqués, éste le confesó la manera en que obtuvo su victoria:
--Yo conseguí los pelos de las partes íntimas de Bernarda pero sin entrar en ellas. Lo que no significa que sea una santa, porque lo vi, lo toqué y lo trasquilé con unas tijeras. ¡No has perdido nada al rechazarla como esposa!.
Don Antonio, aunque no le gustó la treta, tampoco la acción de Bernarda inspiraba ninguna confianza, ni siquiera la suya propia al ofrecerle matrimonio, intuyendo que eso es lo que la muchacha buscaba: un casamiento ventajoso. Así que ninguno de los implicados fueron sinceros. Los tres, usaron cartas marcadas en esta partida. Le dijo, pues al Marqués:
--Bien. La apuesta ha sido nula. Pero tú, gran idiota, has cambiado tu finca del Mutilado por un puñado de pelos del....¡bueno! de Bernarda. ¡Y yo que te había ofrecido unos miles de reales mas de lo que vale y no quisiste vendérmela!. Ahora la has cambiado a...¿ cinco hectáreas por pelo?. ¡Nunca un pelo de coño ha valido tanto¡
Pasó una semana y Bernarda, que fue quien –por cortesía de Don Antonio- oficialmente rompió la boda, dejando al joven señorito plantado en el mismo altar, quiso hacer efectivo el pagaré del Marqués, para lo que era necesario hacer Escritura de propiedad.
La visitó Don Alfonso y le explicó que ella no era mas culpable ni mas inocente, que ninguno de los que intervienen en el viejo timo de la estampita que, ya por entonces, se practicaba en las ciudades, en el que son robadas las personas que pretenden robar, cayendo en la trampa de un pobre tonto. Pero Bernarda no atendió a razones. Sólo quería vengarse, obligando al Marqués a cumplir lo que constaba en el papel que, a cambio de sus pelos mas íntimos, le había entregado.
--De acuerdo Bernarda. Cuando quieras, vamos ante el Notario para formalizar y convertir en Escritura de propiedad el documento que te di. Pero en esas Escrituras, ha de figurar íntegro y textual ese documento y establecerse como precio de compra o de cambio de la finca, los pelos de tu...¡ya sabes!, cobrados anticipadamente por mí, a la fecha de las dichas Escrituras que habremos ambos, de firmar. ¿Te imaginas, Bernarda?. Un documento público que dijera mas o menos:
----“Reunidos en............ de una parte, Don Alfonso........propietario de la finca denominada del Mutilado, de......hectáreas, sita en.......y de otra parte Doña Bernarda..... como compradora de la citada finca.......exponen: Primero, que Don Alfonso...vende (o si lo prefieres, cede) en este acto a Doña Bernarda..la finca citada, libre de cargas... etc, por el precio de ..tantos..pelos de su pubis y genitales, cortados por propia mano de Don Alfonso..., a razón de ...tantos..pelos por hectárea, que Don Alfonso...reconoce haber recibido y contado con anterioridad a la fecha del presente contrato de compra-venta....etc, etc, etc.”.

Bernarda, rabiosa, entendió que lo mejor para ella sería deshacer el trato con el Marqués, devolviéndole el documento a cambio de su bolsita de terciopelo rojo, con los pelos dichosos y la original dedicatoria. Ambas cosas se quemarían y nada impediría que ella pudiera realizar su sueño de “casarse bien”, aunque tuviera que vender todos sus genitales y no solamente los pelos de los mismos, pero de otra manera mas sutil: con contratos matrimoniales, fijando indemnizaciones patrimoniales o financieras, en caso de disolución del matrimonio por divorcio, por anulación del Tribunal de la Rota o por abandono efectivo del hogar, etc, etc, como desde siempre hicieron la gente de la alta burguesía.
No se sabe cómo ni cuándo pero, muchísimos años después, estando ya en el cementerio los protagonistas de esta historia, salió sin embargo a la luz, para divertimento de la gente del lugar, y de allí se extendió a otras partes. En muchos sitios tan sólo quedó la expresión vulgarizada, pero muy repetida, de:
---“¡Esto es el coño de la Bernarda!”.
Cuando la oigo, recuerdo esta historia que me contó mi abuelo, y digo: Tal vez de ella, provenga esta popular y basta expresión.
Por otro lado, el coño de las Bernardas sigue siendo usado para comprar hectáreas de tierra, acciones de bolsa, pisos, chalets, apartamentos, yates, ministerios, secretarías, etc, etc, y es que –según qué Bernarda- cada pelo tiene un determinado valor o precio.

Nota.- Perdón por las cinco veces, con ésta, que uso la palabra “coño”, pero échole la culpa a otro Marqués de recién estrenado título, el de Flavia, gallego él, Don Camilo, que me parece, algo tuvo que ver para que tal sustantivo, se incluyese en el Diccionario de la Lengua.-


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