viernes, 12 de marzo de 2010


LIMOSNAS PARA SAN ANTONIO.


Eso decía el letrero que, a modo de urna con rajita incluida, estaba fijado a la pared, justo debajo de la estatua del fraile italiano de Padua que sostenía otra, de un niño semi desnudo en uno de sus brazos y, en el otro, una varita de la flor de Nardo. La ranura horizontal de la caja, daba a ésta el aspecto de una permanente sonrisa, como si el “cepillo” se estuviera siempre riendo.
La joven Lupe, moza casadera por sus años, pero menos por su nada agraciado rostro, pasaba por ser una de las mas devotas de este San Antonio celestino.
-Claro. Como es tan fea la pobre, necesita rezarle mucho para encontrar novio. Decían las vecinas y, parece que con razón, porque el pobre San Antonio, lo tenía muy difícil en el caso de Lupe. Pero, a fin de cuentas, ése era su trabajo y la moza, reverentemente insistía casi a diario.
Lo que no sabían las vecinas, ni nadie en el pueblo, era que Lupe no buscaba novio. Sabiéndose fea, se había resignado a ser solterona. Ella, con su padre enfermo, iba al santo por sus propios motivos.
Aguardaba, arrodillada ante el santo fraile, a que la iglesia se quedara vacía y en esos momentos, con perfecto disimulo, introducía por la ranura de la hucha, unas largas pinzas de alambre y, trasteando y removiendo el fondo, lograba atrapar con firmeza y precisión alguna moneda que, despacio, sacaba del cepillo. Había adquirido tanta experiencia, que podía hacerlo con una sola mano, mirando de perfil, es decir: un ojo a la iglesia y otro al santo, sin dejar de mover los labios como rezando, ni descomponer su postura reverente. Si entraba alguien en la iglesia, sin inmutarse, sacaba de la hucha el artilugio, introduciéndoselo en la manga, dando la impresión visual de estar echando, mas que tomando, una limosna. Era muy difícil sorprender tanta pericia que aumentaba la casi diaria experiencia.
Así fue como San Antonio se convirtió para Lupe en su mas querido bienhechor, ya que el fraile ayudaba al mísero sueldo de su padre para mantener la casa, sobre todo, en los largos meses de para agrícola. Durante años, San Antonio contribuyó al sostenimiento de aquella familia, ya que la prudente Lupe, nunca abusó de su habilidad, incluso desistía si notaba con su alámbrico artilugio, escasez de monedas en la caja del santo. Esta moderación hizo imposible que ni el cura ni el sacristán llegaran a sospechar sobre el asunto. Siempre, cada mes, recogían del cepillo cantidades similares. Y tampoco recurrió Lupe a otros santos. Le era fiel a su, nunca mejor dicho, protector.
Por otra parte, San Antonio nunca protestó porque Lupita le sisara. Una de dos: o comprendía las razones de la moza o porque, siendo de escayola, no se enteraba, ya que ni comía ni bebía, ni tampoco, viviendo en la iglesia, tenía necesidad de alquilar ninguna casa. Pero a pesar del silencio o, tal vez complicidad, del santo, Lupita fue descubierta y el cura la denunció, constando como testigo su fiel sacristán.
Según mi abuelo, Lupe fue acusada de profanación y robo en el juzgado de la capital, donde la habían llevado los Guardias de Asalto en aquellos primeros meses de República. Mi abuelo la acompañó a ver al juez, porque su padre estaba enfermo del disgusto. En el enorme despacho del juez estaban también el cura y el sacristán. No era la Sala de Vistas. Era como una toma de declaraciones, vista previa u algo parecido, porque todos estaban sentados alrededor del juez con un escribiente que tomaba nota de cuanto se decía. Tras los testimonios de cura y sacristán y nerviosismo de Lupe, que confesó su culpa y explicó la necesidad económica del por qué lo hizo, mi abuelo intervino, sin que nadie le preguntara ni tampoco callara, diciéndole al cura:--¿Alguna vez dio Lupe algún escándalo o se comportó inadecuadamente en la iglesia?,¿No se comportaba correctamente, rezando en silencio, llevando su velo o sus mangas en verano, etc.?
Cura y sacristán reconocieron que externamente el comportamiento de Lupe en la iglesia no difería del de las demás beatas en la casa de Dios. El juez estimó, por tanto, que no había habido “profanación”.
En cuanto a la segunda acusación, la muchacha había reconocido que, para ayudar a sus padres, algunas veces había sacado monedas del cepillo de San Antonio. Cura y sacristán insistieron, por lo que mi abuelo dijo, mas o menos esto:
-“Señoría: nadie niega que Lupe tomó monedas de una caja empotrada en la pared de la iglesia que, curiosamente, dice textualmente: LIMOSNAS PARA SAN ANTONIO. Dice eso exactamente: “Limosnas para San Antonio”. El dinero allí depositado es pues, propiedad de San Antonio, no del cura ni del sacristán. El damnificado ha sido San Antonio. Es, pues, San Antonio el que debe poner la denuncia. Y el santo no ha firmado denuncia alguna. No se ha dado por robado. Tal vez prestó ese dinero a Lupe. Tal vez se lo regaló. ¿Quién lo sabe?”.
El juez, hombre muy liberal, entendió muy bien el problema y, después de examinar el caso, sentenció: -“Debido a que el afectado en la causa......no ha presentado denuncia alguna de por sí, ni delegando en otros “poder” para presentarla, queda emplazado en este Tribunal en el plazo de ....días, para contestar a las preguntas del litigio...si fue robado o no...si prestó o donó su dinero a la encausada....Mientras tanto, la acusada queda libre...y si en dicho plazo, el afectado no presenta denuncia alguna,...la acusada quedará definitivamente absuelta de los cargos que se le imputan”.
San Antonio continuó en su altar de siempre, con su niño en brazos y su varita de nardo. No presentó ninguna denuncia, ni delegó a otro, poder para hacerlo en su nombre. Eso sí. El cura hizo cambiar el letrero de su cepillo por otro que decía: “Limosnas para la Iglesia, ofrecidas a través de San Antonio”.



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