EL TENIENTE.
Todos le tenían miedo. Provenía de la Legión y llevaba la Compañía con disciplina prusiana. La octava, había de ser la mejor en todas las parcelas. La mejor en la parada o desfile de los viernes, la mejor en el tiro, la mejor en las maniobras, la mejor en gimnasia, la mejor y mas pulcra en la limpieza de cuartel y en la personal.
Multiplicaba los arrestos, tanto los de Compañía como los de calabozo, tanto personales como colectivos, suprimía los pases pernoctas y los permisos de fines de semana. No existía nadie en su Compañía que le tuviese el menor afecto, ni siquiera ninguno de sus Sargentos, ni ninguno de sus Primeros. En la prevención y en el calabozo, siempre había gente de la octava, incluso algunas veces, algún Sargento en la Sala de Banderas. Ni siquiera estando realmente enfermo, podía apuntarse nadie al reconocimiento médico, porque pronto tomaría represalias.
¡Qué boca tenía!. Soltaba tal ristra de tacos o palabrotas, como una ametralladora disparando mierda: cabrón, hijo de puta, maricón,...por sólo cambiar el paso. Sucio, asqueroso,....si las botas, aunque limpias, no brillaban; o mariquita,...si el pelo quedaba algo largo. Hasta mencionaba a las novias y a las hermanas.
A cada insulto, a cada bravuconada, a cada vuelta de tornillo, mas se crecía y chuleaba.
Hablé un día con su asistente (que allí los tenían hasta los Sargentos) en la cantina, mientras tomábamos unas cañas. Me contó que en casa era un calzonazos, que la mujer le gritaba y mandaba todo el día, que además, era cabrón porque su mujer se acostó con todos los asistentes que tuvo. El chico no hablaba por resentimiento, ni comentaba estas cosas con nadie, sabiendo que se la jugaba. Yo fui, quizá, la excepción porque de mí se fiaba. Me añadió: ¡Un polvo diario, picha, qué gozada!.
Y para mas INRI, me comentó también que, el temido novio de la muerte, tenía una hermana puta que hacía su carrera en la Avenida de Hércules, donde trabajaban las mas bajas, las mas viejas y las que se drogaban.
Recordé para mis adentros el refrán “dime de qué presumes, y te diré de qué careces”. Ahora, sólo faltaba por comprobar, cosa que no pude por falta de ocasión, que aquel Teniente valentón, ante un peligro real, se meara o se cagara.
Todos le tenían miedo. Provenía de la Legión y llevaba la Compañía con disciplina prusiana. La octava, había de ser la mejor en todas las parcelas. La mejor en la parada o desfile de los viernes, la mejor en el tiro, la mejor en las maniobras, la mejor en gimnasia, la mejor y mas pulcra en la limpieza de cuartel y en la personal.
Multiplicaba los arrestos, tanto los de Compañía como los de calabozo, tanto personales como colectivos, suprimía los pases pernoctas y los permisos de fines de semana. No existía nadie en su Compañía que le tuviese el menor afecto, ni siquiera ninguno de sus Sargentos, ni ninguno de sus Primeros. En la prevención y en el calabozo, siempre había gente de la octava, incluso algunas veces, algún Sargento en la Sala de Banderas. Ni siquiera estando realmente enfermo, podía apuntarse nadie al reconocimiento médico, porque pronto tomaría represalias.
¡Qué boca tenía!. Soltaba tal ristra de tacos o palabrotas, como una ametralladora disparando mierda: cabrón, hijo de puta, maricón,...por sólo cambiar el paso. Sucio, asqueroso,....si las botas, aunque limpias, no brillaban; o mariquita,...si el pelo quedaba algo largo. Hasta mencionaba a las novias y a las hermanas.
A cada insulto, a cada bravuconada, a cada vuelta de tornillo, mas se crecía y chuleaba.
Hablé un día con su asistente (que allí los tenían hasta los Sargentos) en la cantina, mientras tomábamos unas cañas. Me contó que en casa era un calzonazos, que la mujer le gritaba y mandaba todo el día, que además, era cabrón porque su mujer se acostó con todos los asistentes que tuvo. El chico no hablaba por resentimiento, ni comentaba estas cosas con nadie, sabiendo que se la jugaba. Yo fui, quizá, la excepción porque de mí se fiaba. Me añadió: ¡Un polvo diario, picha, qué gozada!.
Y para mas INRI, me comentó también que, el temido novio de la muerte, tenía una hermana puta que hacía su carrera en la Avenida de Hércules, donde trabajaban las mas bajas, las mas viejas y las que se drogaban.
Recordé para mis adentros el refrán “dime de qué presumes, y te diré de qué careces”. Ahora, sólo faltaba por comprobar, cosa que no pude por falta de ocasión, que aquel Teniente valentón, ante un peligro real, se meara o se cagara.
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