viernes, 12 de marzo de 2010

CHARLAS DE ENTIERROS.

(Carruaje mortuorio)
CHARLAS DE ENTIERROS.


-“Acompaño su sentimiento”, repetían casi unánimemente todos los vecinos, dándole el pésame a Pascual por la repentina muerte de su suegra, que llevaba diez años viviendo con el matrimonio, los que habían transcurrido desde que enviudó. Un desgraciado accidente acabó con su quisquillosa vida.
El día anterior, mientras echaba afrecho a las gallinas en el corral, pasando delante de la cuadra, recibió de improviso una contundente coz de la mula. No duró viva, la pobre, mas de unas horas. El médico no estaba en el pueblo pero, según el boticario que la asistió, aunque hubiese estado, tampoco podría haber hecho nada mas por la pobre mujer.
Todo esto y mas, se comentaba esa noche en el velatorio, alrededor de la difunta decorosamente amortajada con sus mejores ropas, chal nuevo, y su peinado perfecto, luciendo sus horquillas y peinetas y velo negro que resaltaba el gris azulado de sus cabellos.
Entre taza y taza de café que una vecina distribuía entre el velatorio, se oyeron los siempre repetidos lamentos de : “¡No somos nada!, ¡Con lo buena que era!”, al tiempo que las cabezas se movían afirmativamente, expresado asentimiento y resignación, intercalado por algún que otro suspiro.
Por la mañana siguiente, el soñoliento Pascual, continuaba haciendo gestiones en el Ayuntamiento, Juzgado de Paz y en la Parroquia, para completar la burocracia que, por lo visto, nos persigue aun después de muertos.

Por fin sobre las cinco de la tarde se realizó el sepelio. Dada la cercanía del Camposanto, llevaron a hombros el féretro, seguidos del cura y monaguillos, revestidos de negro y oro para la ocasión, y a pocos metros iba Pascual, familiares y vecinos, todos hombres, ya que ni mujeres ni niños solían ir a los entierros, sino que se reservaban para la Misa de Difuntos que se les decía a los finados, unas semanas después y, a la que no acudían los hombres que, solían esperar a sus mujeres en la taberna. Así repartían el rol de cada sexo en estos eventos.
El cura canturreaba en latín, idioma oficial de la Iglesia para los actos litúrgicos, una retahíla de rezos, contestada mecánicamente por los dos monaguillos, hasta que llegaron a la fosa abierta donde continuó y terminó el responso aspergiendo la caja con agua bendita.
-“A mí, cuando me traigan aquí, que me rocíen con vino o me levanto y los corro a todos”, decía a su corrillo en voz baja. Las risas contenidas del grupito, atrajeron la mirada amonestadora del párroco e hizo que éste se apresurara, leyendo lo que le quedaba, como si no existiesen los puntos ni las comas, apresurándose a despedirse de Pascual y subir con prisas la cuesta, acompañado de sus monaguillos que, corriendo y saltando, le tomaron la delantera en su regreso apresurado a la iglesia.
Las primeras paladas de tierra sonaron como tambor, al chocar contra la tapa del féretro, con menor cadencia cada vez, como si los enterradores estuvieran tomando parte en alguna apuesta por ver quien acababa antes con su parte del montón que rodeaba la fosa. Pascual se encamino hacia la puerta del recinto, donde se detuvo, saludando la larga fila formada por la concurrencia que, dándole la mano, repetían su monótono “acompaño su sentimiento”, “paciencia”, “resignación” u otras del escaso repertorio reservado para tan tristes momentos. Por ello, causó sensación la frase del que pedía se rociado con vino que, estrechando la mano de Pascual, le dijo: “Pascual, ¡te compro tu mula!”.
Broma negra y macabra que siguió comentándose después del entierro, en la taberna, donde todos coincidían para tomase unos chatos de vino, quizá con la intención de olvidar la seriedad de la muerte. Costumbre sabia de muchos pueblos que con naturalidad aceptan la muerte porque es en la taberna, done se puede filosofar y teologizar mejor sobre ella. En este etnólogo foro, se oyeron los recios argumentos de la ruda sencillez de los hombres del campo. Estoy seguro que, de decirse en castellano las retahílas latinescas del cura, hubieran servido para aclarar algo sobre el tema de la muerte, pero pronunciadas en latín, ninguno de cuantos las oyeron pudieron saber el punto de vista de la Iglesia, ya que la lengua de Virgilio estaba fuera de la formación que se daba a quienes labraban la tierra.
-“Si estuviera aquí el cura, podríamos preguntarle”. Dijo uno.
-“El cura no bebe. ¿cómo va a estar en una taberna?. Le respondió otro.
-“Bueno...eso de que no bebe...Lo que pasa es que bebe solo. Por lo menos, unos buenos lingotazos de moscatel en cada Misa, sin invitar a nadie. Alza el copón y lo muestra a la concurrencia, de izquierda a derecha, para que todos lo vean. Como si dijera: LO VERÉIS, PERO NO LO CATARÉIS,...y se lo bebe todo en un trago largo sin respirar siquiera”. Describió un tercero.
-“No. Primero hinca la rodilla y luego bebe”. Rectificó otro, añadiendo: “¿Por qué lo hará?”.
-“Hinca la rodilla para pedir perdón, porque beber es pecado. Lo que pasa es que los curas tienen permiso para hacer las cosas al revés. Así que primero pide perdón y luego, bebe.”
-“¡No seas bestia –replicó otro- los curas no pecan!,¡ése es su trabajo!: decir Misas”.
-“¡Le cambio su trabaja por el mío!. ¡Vaya trabajo: media hora a la semana y, encima, con vino gratis!”.Le respondió alguien.
-“Bueno, bueno. En todas partes hay algún cura. Cada pueblo tiene el suyo. Incluso las tribus africanas tienen sus hechiceros. ¡Por algo será!, ¿no?. Se oyó desde el fondo del mostrador.
-“¡Claro –repuso el que reclamaba la presencia del cura- porque hasta los negros de África se mueren!”.

Sin quizá pretenderlo, éste dio la explicación a la existencia universal de la religión organizada: la muerte. Toda religión está conectada con la muerte. Sin muerte no habría iglesias, curas ni hechiceros de ninguna clase. El temor, el miedo, la esperanza de algo mejor, la inquietud ante lo desconocido, el silencio mismo de los que se mueren, que jamás retornan. Todo ello, mas o menos explicado, puesto en orden, organizado, parieron las religiones del mundo y nos trajeron las disputas sobre asuntos de fe que lo ensangrentaron.

-“¿Por qué morimos?”. Preguntó Pascual para, sin esperar respuesta, contestarse a sí mismo:-“Porque todo muere. Animales, plantas, todo lo que está vivo. Una piedra no muere, porque está muerta”.
-“Tú, ¿no crees que la muerte sea un castigo divino por el pecado?. Señaló uno.
-“No lo sé. Pero, ¿pecan los animales o las plantas, que también mueren?”. Respondió Pascual y prosiguió: -“Tal vez la muerte formara parte de los planes de Dios, aun antes que el hombre pecara, porque también algunos ángeles pecaron y no se dice que mueran. Tal vez la vida eterna sea incompatible con el cuerpo que tenemos.
Tal vez, aunque creamos que vivimos, estamos simplemente ensayando, para luego, poder realmente vivir. La muerte existe. La vemos. Pero sigo sin saber por qué morimos, y tampoco por qué vivimos. Sólo creo saber, que estamos aquí.”
-“El cementerio es el punto final”. Decretó otro, tras apurar su chato de vino, añadiendo: -“Si antes de nacer, no existíamos, ¿por qué vamos a existir después de morir?”; dejando en el aire la pregunta, por si alguien se atrevía a contestarla, mientras limpiaba con la manga su punzante barba de tres días.
-“¿Qué sabes tú si lo que nos falta es memoria o intuición, y por eso no recordamos haber vivido antes, ni intuimos volver a vivir después?. Tal vez, esta vida sea sólo un paréntesis, el intermedio real de una película de ficción.” Sugirió alguien.
-“Si la amnesia es universal, bien podría ser el castigo del pecado. Una amnesia general que alimente nuestra ignorancia o una puerta abierta a alguna secreta esperanza. Tal vez, la amnesia aunque larga, no sea eterna y volvamos a recordar y a saber. Así que estamos como al principio. Sin poder decir que el cura dice la verdad, pero tampoco que miente.” Respondieron desde el fondo de la barra.
-“Hombre, si viniera alguien de los que se han ido, para decirnos algo, sería otra cosa”. Afirmó el iniciador de este debate, que se volvía a repetir en cada entierro, con los mismos o parecidos resultados que éste.
-“¡Yo sí la creería!”. Dijo uno. A lo que otro respondió:”¡Pues yo no!; con lo mentirosa que era la pobrecilla”. Y, dirigiéndose a Pascual, le dijo:-“Pascual, no te ofendas. ¡Lo mismo nos gastaba una broma pesada para obligarnos a todos a ir a Misa!”.
-“Éste no creería ni a su santa madre que se le apareciera. Lo achacaría a la tajada que pilló el sábado”. Afirmó otro, provocando una vez mas las risas de sus compañeros.
-“O sea: que tampoco nos valdría como prueba determinante, que alguien del mas allá viniera al mas acá a contarnos lo que allá ocurre. Unos creerían y otros no. Estamos, pues, como al principio.” Fue la conclusión que otro sacó.
Mi abuelo, que allí se hallaba como vecino cumplidor, mas por causa de Pascual que por su suegra, a la que apenas conoció, instó a todos a volver a sus casas porque las manecillas del reloj casi llegaban a las diez de la noche y había que cenar y madrugar al día siguiente para la diaria faena.
Se despidieron todos de todos y el tabernero se quedó prácticamente sin clientela, a la que posiblemente, no volvería a ver junta, hasta el próximo entierro que se celebrara en el pueblo.
Desviándose de su camino, acompañó a Pascual hasta su puerta y, algo creyente y algo incrédulo, repetiría lo que tantas veces oí de sus labios: -“Cá uno é cá uno. Vive y deja vivir. Cá uno tié su experiencia”.

Nadie tiene derecho a coaccionar ninguna conciencia. La fe o las fes, son personales. Tan íntimas, que nadie puede adquirirlas ni perderlas. Quien cree en Dios, en el mas allá, etc., lo hace por fe, no por pruebas. Quien no cree, también lo hace por fe, porque tampoco tiene pruebas. ¿Qué pasará luego, cuando la muerte nos llegue?. La verdad, que no demasiado. Si el no creyente es quien tiene razón, no pasará nada: la no existencia, la nada absoluta, la eterna amnesia. Si es el creyente el que tiene la razón, ¡eso que se lleva! Y, en tal caso, tal vez encontraríamos todos la justicia y la paz que no vimos en la tierra.

-“A mí, personalmente, me parece lógico que habiéndonos hallado con el regalo de una vida, sin pedirlo ni buscarlo, tengamos que dar algún tipo de cuentas, de cómo vivimos esos años. La idea de un Juicio o Auto-examen, liberados de todos los problemas y condicionantes de esta vida, me parece razonable. Como también, que unos aprueben y otros suspendan y que, el aprobar y el suspender, tengan sus consecuencias.”
Postuló mi abuelo a Pascual en mi imaginación, ya que, siendo niño, ni acudí al entierro, ni a la taberna. Sólo supe que la pobre suegra de Pascual, murió de una coz que le propinó su propia mula, que seguramente, me lo dijo mi abuelo como seria advertencia, para que jamás pasara por detrás de las mas mansas caballerías.

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