
EL ENCIERRO.
Lo vi con mis propios ojos en las fiestas locales de Fuenlabrada, bonito pueblo de las afueras de Madrid, donde trabajé varios años en su central telefónica. Había, el Ayuntamiento, cercado con maderos, un circuito de varias de las calles mas antiguas de la población, compuesto por casas bajas y algunas, de una planta y de dos. Soltaron un toro, en ese circuito cerrado que no conducía a plaza alguna; luego la finalidad no era conducir al animal a una plaza, corriendo los mozos delante de él, para luego torearlo, sino tenerle toda la mañana corriendo de un lado para otro, dentro de la empalizada callejera; y eso fue lo que hicieron. Cuando el animal estaba en una punta, los mozos saltaban al circuito y le llamaban, corriendo hasta que se cansaban, saltaban fuera del circuito y otros los relevaban en su carrera. El toro estuvo toda la mañana corriendo de un lado para otro, hasta que no hubo mas mozos que quisieran echarse a la empalizada.
Cuando me acerqué a los maderos, pude ver al toro andando, cansado de correr; ya no embestía a ninguno de los que, desde lejos, le citaban. Iba despacio, paso a paso, no corría. Al pasar por delante de donde me hallaba, casi rozando los tablones horizontales clavados por el Ayuntamiento, pude observar de cerca, una cantidad de navajas y destornilladores clavados en su lomo y en ambos costados. Cada punzón acompañado de su propio cordón o hilo de sangre. Incluso en el morrillo y cuello, llevaba clavados destornilladores. Su boca, resoplando apresuradamente, acusaba el cansancio de tantas horas de carreras, y los espumarajos agolpados en ella, presagiaban la proximidad de su caída en el asfalto.
Esperaba a ver cómo acabaría aquello, cuando veo que una máquina excavadora, con su enorme pala en alto, avanza por el extremo de la calle, arrinconando al toro hacia el cerramiento final de la cerca de maderos, donde el animal se había refugiado. El toro miraba de frente a la excavadora. La gran pala de hierro se alzó cuanto podía, y cayó con fuerza sobre la vertical de las espaldas del toro, oyéndose el chasquido de la rotura de su columna vertebral. Su espalda, antes recta, presentaba un agudo ángulo que, el esfuerzo de la mitad delantera del toro, por querer erguirse apoyándose en sus manos, lo pronunciaba aun mas. Fueron necesarios dos golpes mas de la pala excavadora, para tumbar completamente al toro que, agonizante, la férrea pala recogió y, marcha atrás, se lo llevaron no sé adonde.
No sé lo que mi abuelo hubiera dicho ante tamaña crueldad y salvajada. Por si alguien no cree esta historia inhumana, juro que es cierta y que, abrumado, me retiré de la escena propia de Dante, maldiciendo de corazón a las autoridades de Fuenlabrada, por permitir tal ejercicio de crueldad en su pueblo. ¿Hasta cuándo hemos de esperar, para ver una prohibición rotunda y radical, de todo tipo de Fiestas basadas en el sufrimiento inútil de cualquier animal?¿Por qué no ejerce la Iglesia su derecho de orientar las católicas conciencias en estos asuntos?¿Acaso este tema no tiene nada que ver con la moral cristiana?.
Lo vi con mis propios ojos en las fiestas locales de Fuenlabrada, bonito pueblo de las afueras de Madrid, donde trabajé varios años en su central telefónica. Había, el Ayuntamiento, cercado con maderos, un circuito de varias de las calles mas antiguas de la población, compuesto por casas bajas y algunas, de una planta y de dos. Soltaron un toro, en ese circuito cerrado que no conducía a plaza alguna; luego la finalidad no era conducir al animal a una plaza, corriendo los mozos delante de él, para luego torearlo, sino tenerle toda la mañana corriendo de un lado para otro, dentro de la empalizada callejera; y eso fue lo que hicieron. Cuando el animal estaba en una punta, los mozos saltaban al circuito y le llamaban, corriendo hasta que se cansaban, saltaban fuera del circuito y otros los relevaban en su carrera. El toro estuvo toda la mañana corriendo de un lado para otro, hasta que no hubo mas mozos que quisieran echarse a la empalizada.
Cuando me acerqué a los maderos, pude ver al toro andando, cansado de correr; ya no embestía a ninguno de los que, desde lejos, le citaban. Iba despacio, paso a paso, no corría. Al pasar por delante de donde me hallaba, casi rozando los tablones horizontales clavados por el Ayuntamiento, pude observar de cerca, una cantidad de navajas y destornilladores clavados en su lomo y en ambos costados. Cada punzón acompañado de su propio cordón o hilo de sangre. Incluso en el morrillo y cuello, llevaba clavados destornilladores. Su boca, resoplando apresuradamente, acusaba el cansancio de tantas horas de carreras, y los espumarajos agolpados en ella, presagiaban la proximidad de su caída en el asfalto.
Esperaba a ver cómo acabaría aquello, cuando veo que una máquina excavadora, con su enorme pala en alto, avanza por el extremo de la calle, arrinconando al toro hacia el cerramiento final de la cerca de maderos, donde el animal se había refugiado. El toro miraba de frente a la excavadora. La gran pala de hierro se alzó cuanto podía, y cayó con fuerza sobre la vertical de las espaldas del toro, oyéndose el chasquido de la rotura de su columna vertebral. Su espalda, antes recta, presentaba un agudo ángulo que, el esfuerzo de la mitad delantera del toro, por querer erguirse apoyándose en sus manos, lo pronunciaba aun mas. Fueron necesarios dos golpes mas de la pala excavadora, para tumbar completamente al toro que, agonizante, la férrea pala recogió y, marcha atrás, se lo llevaron no sé adonde.
No sé lo que mi abuelo hubiera dicho ante tamaña crueldad y salvajada. Por si alguien no cree esta historia inhumana, juro que es cierta y que, abrumado, me retiré de la escena propia de Dante, maldiciendo de corazón a las autoridades de Fuenlabrada, por permitir tal ejercicio de crueldad en su pueblo. ¿Hasta cuándo hemos de esperar, para ver una prohibición rotunda y radical, de todo tipo de Fiestas basadas en el sufrimiento inútil de cualquier animal?¿Por qué no ejerce la Iglesia su derecho de orientar las católicas conciencias en estos asuntos?¿Acaso este tema no tiene nada que ver con la moral cristiana?.
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