martes, 16 de marzo de 2010
viernes, 12 de marzo de 2010
INTRODUCCIÓN a "Las Historias de mi abuelo".
INTRODUCCIÓN.
Pretendo contar a los lectores de este Blog, a medida que vayan surgiendo en mi memoria y el tiempo y la salud me lo permitan, una serie de historias que me contó mi abuelo materno, incluyendo también algunas vivencias y experiencias suyas y mías, que fueron formando mi persona y mi carácter. La forma que les daré, será de "relatos cortos", esperando ayudar con ellos a otros. Distinta cosa es que lo consiga, pero lo intentaré. He aprendido que la sabiduría no está tanto en los libros, aunque son muy importantes, como en la experiencia y la capacidad para extraer de ella lo positivo que contenga. Persona honesta, mi abuelo vivió su vida gris, a contracorriente, pero sin adoptar ningún papel de héroe, ni menos aun, que yo sepa, cometer ninguna villanía. Cuando, ahora que también yo soy viejo, pienso en él, lo veo como una mezcla de santo, revolucionario, algo profeta, bastante prudente, poco egoista y con el olfato sabio del campesino
.
EL TRANVÍA DE CAPUCHINOS.
EL TRANVÍA DE CAPUCHINOS.
Eran muchos los niños que, además de bomberos, querían ser tranviarios cuando fuesen mayores. Jugábamos a los tranvías, formando una gran cola o fila, en la que cada uno se sujetaba con ambas manos a la cintura que iba delante, como si fuéramos a bailar “la conga”, y el primero de todos, hacía de conductor o tranviario.
Con la izquierda, tiraba del cordel paralelo al techo, que atravesaba a lo largo del pasillo central, todo el tranvía, para hacer sonar, a cada tirón, la campanilla. Y con la mano derecha, maniobraba con la enorme manivela, como si moliese café en enorme molinillo.
--¡Tú no sabes!. El cordel es para los pasajeros. Para que avisen de la parada donde se quieren bajar. Para que la gente se aparte de la vía, tienes que pisar fuerte el pedal, que hará sonar mucho mas fuerte otra campanilla, igual que el claxon de los coches.
Dicho lo cual, reemplazaba al conductor, para mostrar a todos que él era mejor tranviario.
--¡Tampoco tú sabes!. Le replicaba otro cuando tan sólo había conducido uno cuantos metros.
--Has dado una curva muy cerrada y las de la vía son mas abiertas. Además, se te ha olvidado echar un puñado de arena por el tubo, para que al caer sobre los raíles de la curva, lo frenen un poco y evitar así que descarrile.
Siendo, el conductor, reemplazado por este nuevo tranviario que, evitó el posible accidente y nos mostraba, con mas pericia, cómo se tomaban las curvas correctamente.
Ya no existen en Málaga los tranvías. Los aniquiló el progreso. Decían que eran antiestéticos e impropios de una ciudad moderna. Pero mucho mas feos son los autobuses que los reemplazaron. Mucho mas nocivos, vomitando monóxido de carbono por sus tubos de escape, como metálicas serpientes que escupen su veneno. También talaron los tilos centenarios que oxigenaban y sombreaban el largo Paseo de los Tilos y sustituyeron los adoquines que alfombraban las calles de Málaga entera, por el asfalto insaludable del alquitrán, que además de necesitar parchearlo continuamente, resulta con nuestro ardiente sol, cancerígeno.
Aun me acuerdo de cuando quitaban los raíles de los amarillos tranvías. Largas calles de adoquines amontonados que parecían trincheras o barricadas de una rebelión inexistente, salvo la que el Ayuntamiento había iniciado contra las elementales normas de la ecología. Para los niños de mi generación, quitar los ecológicos tranvías, significaba la muerte de la ilusión de ser tranviarios. Ahora sólo podíamos soñar con ser bomberos, único vehículo con campanilla que nos dejaron. Los niños de hoy, lo tienen peor, porque hasta les quitaron las campanillas de los bomberos, sustituyéndolas estridentes sirenas. Si quieren tocar la campanilla, sólo les queda recurrir a los coches de bomberos de los carruseles de ferias.
El tranvía murió. Ya nos transportaría mas desde Capuchinos hasta las playas de La Malagueta, ni al Palo, ni desde la Alameda hasta Huelin y la Misericordia. Arrancando su férreo camino, ya no podrían circular, desconectando sus troles, ya no volveríamos a verlos como enormes cañas de pescar, cañas de hierro con sedales de cordeles, inclinados mástiles sin banderas, que se alzaban hasta los primeros pisos de las casas. Ya no volveríamos a correr tras ellos para sentarnos, de un salto, en sus anchos topes de hierro negro que, algún tranviario pintaba con alquitrán o engrasaba, para manchar, a modo de castigo, las posaderas de los pantalones de los niños que se atrevían a subirse a ellos. Otras veces, ahuyentaban a los infantiles polizones, arrojándoles con fuerza un puñado de arena, del que tenían para ayudar la frenada en curvas y cuestas abajo. Y otras, los echaban de su asiento improvisado en los topes, atizándoles con el sobrante de la cuerda del trole. Los tranviarios mas considerados, lo hacían al aproximábamos a alguna parada, cuando se aminoraba la velocidad. Otros, en cualquier momento, por lo que nos hacían abandonar el tope del tranvía de la misma manera que cogíamos: de un salto, sobre la misma marcha. Mas de un chaval se caía, al no poder acompasar su carrera a la marcha del tranvía en aquellos apeaderos forzosos. Cuando estas cosas ocurrían, si entre los subidos al tope había algún chaval ágil, éste desataba la cuerda del trole o se colgaba de ella para, con su peso, desconectarlo del cable tenso que suministraba electricidad al tranvía, con lo que éste iba perdiendo velocidad hasta llegar a pararse completamente, obligando al cabreado cobrador o tranviario a engancharlo de nuevo para poder proseguir la ruta, ante la mirada de los transeúntes y las risas de los traviesos niños, a quienes obligaron a saltar del tope, que así consumaban su venganza.
Una vez que junté un duro, me lo gasté consumiendo viajes en el tranvía. No tenía ningún motivo para cogerlo. Simplemente, viajar por viajar. Era mejor que montarse en la noria o en las barquillas del feriante y me salía el paseo, mucho mas barato, comparando el tiempo que duraba el funcionamiento de cualquiera de los cacharritos, con el largo recorrido, para mí paseo, que me daba el tranvía.
Me apeé, gastados ya los cuartos, en el Jardín de los Monos. Plazuela a donde desembocaba la calle Cruz Verde, a orillas de la calla Victoria y punto de arranque del Camino Nuevo por donde se sube al Castillo andalusí de Gibralfaro, guardián de Málaga. Estaban enjaulados dos pobres monos. Había otro, pequeñín, con una larga cadena a la cintura, sujeta a una cabañita situada a la orilla del pequeño estanque, como si fuera un trocito de selva africana en medio de la plaza.
Le echábamos cualquier cosa. Pan, papeles, caramelos y hasta cacahuetes. Nos reíamos de sus monerías, sin reparar en su triste cautiverio. El Ayuntamiento los quitó de allí, no se sabe muy bien si por su mala conciencia o porque se murieron. Yo quise pensar, años después, que hartos de su inmerecido presidio, emprendieron un largo viaje a su añorada selva, siendo los tres últimos viajeros del último de los tranvías, que tantas veces vieron circular desde su cárcel disfrazada de cabaña.
Con la izquierda, tiraba del cordel paralelo al techo, que atravesaba a lo largo del pasillo central, todo el tranvía, para hacer sonar, a cada tirón, la campanilla. Y con la mano derecha, maniobraba con la enorme manivela, como si moliese café en enorme molinillo.
--¡Tú no sabes!. El cordel es para los pasajeros. Para que avisen de la parada donde se quieren bajar. Para que la gente se aparte de la vía, tienes que pisar fuerte el pedal, que hará sonar mucho mas fuerte otra campanilla, igual que el claxon de los coches.
Dicho lo cual, reemplazaba al conductor, para mostrar a todos que él era mejor tranviario.
--¡Tampoco tú sabes!. Le replicaba otro cuando tan sólo había conducido uno cuantos metros.
--Has dado una curva muy cerrada y las de la vía son mas abiertas. Además, se te ha olvidado echar un puñado de arena por el tubo, para que al caer sobre los raíles de la curva, lo frenen un poco y evitar así que descarrile.
Siendo, el conductor, reemplazado por este nuevo tranviario que, evitó el posible accidente y nos mostraba, con mas pericia, cómo se tomaban las curvas correctamente.
Ya no existen en Málaga los tranvías. Los aniquiló el progreso. Decían que eran antiestéticos e impropios de una ciudad moderna. Pero mucho mas feos son los autobuses que los reemplazaron. Mucho mas nocivos, vomitando monóxido de carbono por sus tubos de escape, como metálicas serpientes que escupen su veneno. También talaron los tilos centenarios que oxigenaban y sombreaban el largo Paseo de los Tilos y sustituyeron los adoquines que alfombraban las calles de Málaga entera, por el asfalto insaludable del alquitrán, que además de necesitar parchearlo continuamente, resulta con nuestro ardiente sol, cancerígeno.
Aun me acuerdo de cuando quitaban los raíles de los amarillos tranvías. Largas calles de adoquines amontonados que parecían trincheras o barricadas de una rebelión inexistente, salvo la que el Ayuntamiento había iniciado contra las elementales normas de la ecología. Para los niños de mi generación, quitar los ecológicos tranvías, significaba la muerte de la ilusión de ser tranviarios. Ahora sólo podíamos soñar con ser bomberos, único vehículo con campanilla que nos dejaron. Los niños de hoy, lo tienen peor, porque hasta les quitaron las campanillas de los bomberos, sustituyéndolas estridentes sirenas. Si quieren tocar la campanilla, sólo les queda recurrir a los coches de bomberos de los carruseles de ferias.
El tranvía murió. Ya nos transportaría mas desde Capuchinos hasta las playas de La Malagueta, ni al Palo, ni desde la Alameda hasta Huelin y la Misericordia. Arrancando su férreo camino, ya no podrían circular, desconectando sus troles, ya no volveríamos a verlos como enormes cañas de pescar, cañas de hierro con sedales de cordeles, inclinados mástiles sin banderas, que se alzaban hasta los primeros pisos de las casas. Ya no volveríamos a correr tras ellos para sentarnos, de un salto, en sus anchos topes de hierro negro que, algún tranviario pintaba con alquitrán o engrasaba, para manchar, a modo de castigo, las posaderas de los pantalones de los niños que se atrevían a subirse a ellos. Otras veces, ahuyentaban a los infantiles polizones, arrojándoles con fuerza un puñado de arena, del que tenían para ayudar la frenada en curvas y cuestas abajo. Y otras, los echaban de su asiento improvisado en los topes, atizándoles con el sobrante de la cuerda del trole. Los tranviarios mas considerados, lo hacían al aproximábamos a alguna parada, cuando se aminoraba la velocidad. Otros, en cualquier momento, por lo que nos hacían abandonar el tope del tranvía de la misma manera que cogíamos: de un salto, sobre la misma marcha. Mas de un chaval se caía, al no poder acompasar su carrera a la marcha del tranvía en aquellos apeaderos forzosos. Cuando estas cosas ocurrían, si entre los subidos al tope había algún chaval ágil, éste desataba la cuerda del trole o se colgaba de ella para, con su peso, desconectarlo del cable tenso que suministraba electricidad al tranvía, con lo que éste iba perdiendo velocidad hasta llegar a pararse completamente, obligando al cabreado cobrador o tranviario a engancharlo de nuevo para poder proseguir la ruta, ante la mirada de los transeúntes y las risas de los traviesos niños, a quienes obligaron a saltar del tope, que así consumaban su venganza.
Una vez que junté un duro, me lo gasté consumiendo viajes en el tranvía. No tenía ningún motivo para cogerlo. Simplemente, viajar por viajar. Era mejor que montarse en la noria o en las barquillas del feriante y me salía el paseo, mucho mas barato, comparando el tiempo que duraba el funcionamiento de cualquiera de los cacharritos, con el largo recorrido, para mí paseo, que me daba el tranvía.
Me apeé, gastados ya los cuartos, en el Jardín de los Monos. Plazuela a donde desembocaba la calle Cruz Verde, a orillas de la calla Victoria y punto de arranque del Camino Nuevo por donde se sube al Castillo andalusí de Gibralfaro, guardián de Málaga. Estaban enjaulados dos pobres monos. Había otro, pequeñín, con una larga cadena a la cintura, sujeta a una cabañita situada a la orilla del pequeño estanque, como si fuera un trocito de selva africana en medio de la plaza.
Le echábamos cualquier cosa. Pan, papeles, caramelos y hasta cacahuetes. Nos reíamos de sus monerías, sin reparar en su triste cautiverio. El Ayuntamiento los quitó de allí, no se sabe muy bien si por su mala conciencia o porque se murieron. Yo quise pensar, años después, que hartos de su inmerecido presidio, emprendieron un largo viaje a su añorada selva, siendo los tres últimos viajeros del último de los tranvías, que tantas veces vieron circular desde su cárcel disfrazada de cabaña.
MATÍAS, cuenta-chistes de Málaga.
MATÍAS.
-“Y dice Matías...” Así comenzaba y así remataba siempre sus populares chascarrillos, sus chistes historiados, sus cuentos, hablando de sí mismo en tercera persona y dando un fuerte zapatazo en el suelo, que era como el subrayado con el que remarcaba sus frases, o los signos de admiración y llamadas de atención al público, para que se fijasen en las palabras o frases que deseaba resaltar.
Era famoso en las calles donde antaño estaba situado el centro de Málaga, antes de que se desplazara a las anchas avenidas del extrarradio, a la nueva prolongación de la Alameda y nuevos barrios que plantaron al final de la carretera de Cádiz.
La calle Larios, dedicada al Marqués que inició la industrialización de la ciudad y que proporcionó tanto trabajo a sus gentes, con sus anchas y enlosetadas aceras, la calle Nueva, peatonal desde que yo recuerdo y la mas comercial, la Plaza de José Antonio, que los malagueños seguían llamando “de la Constitución” en memoria de la República, la estrecha y sinuosa calle Compañía con alusión a la iglesia de los jesuitas, la calle Granada, Alcazabilla y el Parque, constituían el escenario urbano de Matías, el chistero loco, embutido siempre en su gabardina, fuera invierno o verano, ligeramente encorvado, sin calva alguna en su cabeza blanca, a pesar de su edad, con gran bigote también blanco, pero amarilleado por la nicotina de su dueño, persistente fumador de Celtas, Peninsulares, Bisontes y los socorridos cajillas, mas baratos, porque estaban hechos de las colillas de los demás. Él no ponía reparos a todo lo que fuera fumable, ni siquiera a los infantiles cigarros de matalauva, con los que los niños queríamos imitar a los mayores en eso del fumar. Matías era una chimenea ambulante, empalmando los cigarros uno tras otro, con la colilla apurada del anterior. Tan apurada, que apenas quedaba sitio a los dedos para sujetar al pitillo. Sus oyentes se los ofrecían como pago por sus divertidos chistes o como muestra de cariño y amistad. Llevaba los bolsillos de su perpetua gabardina llenos de ellos, por lo que siempre los cigarros estaban torcidos y él no se molestaba en enderezarlos.
Había estado en el psiquiátrico muchas veces. Era su segunda casa, según decían, pero no permanecía mucho tiempo en este almacén de locos situado a las espaldas del Hospital Civil, antes de las leproserías. Siempre salía a esta zona de Málaga para llenar sus calles de risas. Muchos de sus chistes eran de invención propia y, si tenían éxito, los repetía por las esquinas. Cuando los chascarrillos o relatos cortos que narraba, versaban sobre Franco, sobre los curas, sobre el ejército y la mili, eran escuchados con especial atención, y mas de una vez aparecía un guardia de la secreta que, abriéndose paso entre el corrillo, se lo llevaba cogido del brazo, ante las protestas del público, que se quedaba sin conocer el final del chiste, cabreándose mas por ésto que porque se llevaran a Matías; porque la gente sabía que no iría a la cárcel. Todo lo mas, algunos días encerrado en algún centro para mendigos del Auxilio Social o en el manicomio. Efectivamente, tras unos días, otra vez Matías estaba suelto, a sus anchas, contando sus chistes y provocando corrillos de carcajadas y aplausos por las céntricas calles de la ciudad, dando su característico zapatazo en el suelo y apostillando su ya célebre “y dice Matías”.
Era Matías un pintoresco personaje de mi niñez y, junto a mi abuelo, integré muchas veces los corrillos de gente que le oían y aplaudían. Mi abuelo, fumador como él, le dio algunos cigarrillos. Dinero, no aceptaba, aunque sí alguna invitación a un café o un vino que, muchas veces, partía de los propios dueños de los bares, puesto que sabían que si Matías contaba algo en la barra del bar, el lleno del local estaba asegurado.
Los chistes de Matías eran peculiares. O quizá era su manera de contarlos. La mayoría de las veces, arrancaba risas destornillantes de la concurrencia. Otras veces, la gente no se reía. Cuando esto ocurría, Matías se enfadaba y dando su clásico zapatazo, se iba a paso ligero hacia otra parte, en busca de otro público mas inteligente que comprendiera su peculiar humor.
Algunos niños maleducados, corriendo tras él, le tiraban de los faldones de su gabardina eterna y echaban a correr. No se molestaba en perseguirlos, sino que recurriendo a sus particulares zapatazos en el asfalto, apresuraba la fuga de los mocosos impertinentes y continuaba su camino en busca de otra esquina mas propicia.
A Matías, los mas viejos, como mi abuelo, le comparaban con un cómico llamado Rampe (o algo parecido ), que en el escenario del Teatro Cervantes actuó mientras pudo. En una ocasión lo hizo representando una escena de un señor que estando en su casa, recibió un regalo. Lo desenvolvió. Era un gran cuadro. Se puso entre contento y enfadado, preguntándole al público “¿Qué hago yo con esto?”. Lo mostró al público: era un retrato de Franco. Y exclamó: “¡Esto es para colgarlo!”. Y lo colgó de un gran clavo en la pared. Cayó el telón. La gente estuvo riéndose quince minutos a telón bajado.
No he visto ningún recuerdo en las calles del centro, vacías ya de risas desde que murió Matías. Nadie, excepto los de mi generación y los mas viejos, sabe hoy en Málaga que existió Matías. Como también se olvidó al Piyayo, el gitano viejo que rascaba su guitarra para poder llevar a sus nietos pescaíto frito para llenar sus panzas, allá en el Altozano, donde con ellos vivía. Pero al Piyayo, al menos, lo recuerda la popular poesía de José Carlos de Luna. A Matías, nada lo recuerda. Y es que no hay nada mas etéreo que la fama de un payaso, que sólo pervive mientras suenan las risas.
Sin embargo, Diputaciones y Ayuntamientos adornan plazas y parques con estatuas de generales, reyes, escritores, científicos, que no seré yo quien diga que está mal, pero que no captan la cotidianidad, el sentimiento, el modo de ser de los hijos mas humildes y auténticos de un pueblo.
Mi abuelo prefería estatuas a Matías y a Piyayos, antes que esas ecuestres dedicadas a reyes y generales, conmemorando heroicas gestas derramadoras de sangres, sin que importe mucho el ideal que las provocaron. Porque los Matías fueron genios que hacían reír y no sufrir a las gentes. Genios locos que no usaron ni siquiera la pluma como los escritores, porque jamás persiguieron la fama, ni la perduración de su ingenio que transmitían oralmente, como los grandes sabios griegos. Palabra hablada que no perdura, que como la vida misma, con la mudez desaparece, sobreviviendo lo esencial, no en libros ni estatuas, sino en el recuerdo de las mentes.
---“Y dice Matías...”. Y dando un fuerte zapatazo, se retiró de Málaga y del mundo para siempre.
Era famoso en las calles donde antaño estaba situado el centro de Málaga, antes de que se desplazara a las anchas avenidas del extrarradio, a la nueva prolongación de la Alameda y nuevos barrios que plantaron al final de la carretera de Cádiz.
La calle Larios, dedicada al Marqués que inició la industrialización de la ciudad y que proporcionó tanto trabajo a sus gentes, con sus anchas y enlosetadas aceras, la calle Nueva, peatonal desde que yo recuerdo y la mas comercial, la Plaza de José Antonio, que los malagueños seguían llamando “de la Constitución” en memoria de la República, la estrecha y sinuosa calle Compañía con alusión a la iglesia de los jesuitas, la calle Granada, Alcazabilla y el Parque, constituían el escenario urbano de Matías, el chistero loco, embutido siempre en su gabardina, fuera invierno o verano, ligeramente encorvado, sin calva alguna en su cabeza blanca, a pesar de su edad, con gran bigote también blanco, pero amarilleado por la nicotina de su dueño, persistente fumador de Celtas, Peninsulares, Bisontes y los socorridos cajillas, mas baratos, porque estaban hechos de las colillas de los demás. Él no ponía reparos a todo lo que fuera fumable, ni siquiera a los infantiles cigarros de matalauva, con los que los niños queríamos imitar a los mayores en eso del fumar. Matías era una chimenea ambulante, empalmando los cigarros uno tras otro, con la colilla apurada del anterior. Tan apurada, que apenas quedaba sitio a los dedos para sujetar al pitillo. Sus oyentes se los ofrecían como pago por sus divertidos chistes o como muestra de cariño y amistad. Llevaba los bolsillos de su perpetua gabardina llenos de ellos, por lo que siempre los cigarros estaban torcidos y él no se molestaba en enderezarlos.
Había estado en el psiquiátrico muchas veces. Era su segunda casa, según decían, pero no permanecía mucho tiempo en este almacén de locos situado a las espaldas del Hospital Civil, antes de las leproserías. Siempre salía a esta zona de Málaga para llenar sus calles de risas. Muchos de sus chistes eran de invención propia y, si tenían éxito, los repetía por las esquinas. Cuando los chascarrillos o relatos cortos que narraba, versaban sobre Franco, sobre los curas, sobre el ejército y la mili, eran escuchados con especial atención, y mas de una vez aparecía un guardia de la secreta que, abriéndose paso entre el corrillo, se lo llevaba cogido del brazo, ante las protestas del público, que se quedaba sin conocer el final del chiste, cabreándose mas por ésto que porque se llevaran a Matías; porque la gente sabía que no iría a la cárcel. Todo lo mas, algunos días encerrado en algún centro para mendigos del Auxilio Social o en el manicomio. Efectivamente, tras unos días, otra vez Matías estaba suelto, a sus anchas, contando sus chistes y provocando corrillos de carcajadas y aplausos por las céntricas calles de la ciudad, dando su característico zapatazo en el suelo y apostillando su ya célebre “y dice Matías”.
Era Matías un pintoresco personaje de mi niñez y, junto a mi abuelo, integré muchas veces los corrillos de gente que le oían y aplaudían. Mi abuelo, fumador como él, le dio algunos cigarrillos. Dinero, no aceptaba, aunque sí alguna invitación a un café o un vino que, muchas veces, partía de los propios dueños de los bares, puesto que sabían que si Matías contaba algo en la barra del bar, el lleno del local estaba asegurado.
Los chistes de Matías eran peculiares. O quizá era su manera de contarlos. La mayoría de las veces, arrancaba risas destornillantes de la concurrencia. Otras veces, la gente no se reía. Cuando esto ocurría, Matías se enfadaba y dando su clásico zapatazo, se iba a paso ligero hacia otra parte, en busca de otro público mas inteligente que comprendiera su peculiar humor.
Algunos niños maleducados, corriendo tras él, le tiraban de los faldones de su gabardina eterna y echaban a correr. No se molestaba en perseguirlos, sino que recurriendo a sus particulares zapatazos en el asfalto, apresuraba la fuga de los mocosos impertinentes y continuaba su camino en busca de otra esquina mas propicia.
A Matías, los mas viejos, como mi abuelo, le comparaban con un cómico llamado Rampe (o algo parecido ), que en el escenario del Teatro Cervantes actuó mientras pudo. En una ocasión lo hizo representando una escena de un señor que estando en su casa, recibió un regalo. Lo desenvolvió. Era un gran cuadro. Se puso entre contento y enfadado, preguntándole al público “¿Qué hago yo con esto?”. Lo mostró al público: era un retrato de Franco. Y exclamó: “¡Esto es para colgarlo!”. Y lo colgó de un gran clavo en la pared. Cayó el telón. La gente estuvo riéndose quince minutos a telón bajado.
No he visto ningún recuerdo en las calles del centro, vacías ya de risas desde que murió Matías. Nadie, excepto los de mi generación y los mas viejos, sabe hoy en Málaga que existió Matías. Como también se olvidó al Piyayo, el gitano viejo que rascaba su guitarra para poder llevar a sus nietos pescaíto frito para llenar sus panzas, allá en el Altozano, donde con ellos vivía. Pero al Piyayo, al menos, lo recuerda la popular poesía de José Carlos de Luna. A Matías, nada lo recuerda. Y es que no hay nada mas etéreo que la fama de un payaso, que sólo pervive mientras suenan las risas.
Sin embargo, Diputaciones y Ayuntamientos adornan plazas y parques con estatuas de generales, reyes, escritores, científicos, que no seré yo quien diga que está mal, pero que no captan la cotidianidad, el sentimiento, el modo de ser de los hijos mas humildes y auténticos de un pueblo.
Mi abuelo prefería estatuas a Matías y a Piyayos, antes que esas ecuestres dedicadas a reyes y generales, conmemorando heroicas gestas derramadoras de sangres, sin que importe mucho el ideal que las provocaron. Porque los Matías fueron genios que hacían reír y no sufrir a las gentes. Genios locos que no usaron ni siquiera la pluma como los escritores, porque jamás persiguieron la fama, ni la perduración de su ingenio que transmitían oralmente, como los grandes sabios griegos. Palabra hablada que no perdura, que como la vida misma, con la mudez desaparece, sobreviviendo lo esencial, no en libros ni estatuas, sino en el recuerdo de las mentes.
---“Y dice Matías...”. Y dando un fuerte zapatazo, se retiró de Málaga y del mundo para siempre.
EL SUELDO DEL ALCALDE.
EL SUELDO DEL ALCALDE.
Oí decir a mi tío Manuel: Si el Alcalde y los Concejales del Ayuntamiento son –como aseguran- hombres de izquierdas, si su solidaridad con los parados que tanto pregonan, es cierta, si efectivamente son austeros y honrados administradores de la hacienda pública, ¿por qué, a la primera ocasión, se suben sus sueldos en porcentajes muy superiores al I.P.C. y a lo pactado en los Convenios Colectivos del resto de los trabajadores?.
--Está claro –continuó- que una cosa es predicar, y otra, dar trigo. Como se decía de los frailes medievales que invadían los pueblos hambrientos en misiones de evangelización, teniendo repletos los graneros de sus conventos.
Le oía atentamente, mientras mareaba el corto de café que le sirvió el camarero. Y, como sólo sonreí ante su comentario, se apresuró a convertirlo en una acusación generalizada a toda la clase política, pero que –a su juicio- era mas sangrante, por contradictoria, cuando eran políticos de izquierdas los que incurrían en tal actitud.
--Las derechas, -decía- es lógico que así actúen, porque siempre han ejercido el poder como un medio de enriquecimiento personal y familiar. El caciquismo brutal, ha sido su distintivo durante generaciones. Siempre han disfrazado sus pretensiones con sofismas tales, como la necesaria dignidad de la función pública. No podría ser digno (ejemplo extremo) que un rey fuese en alpargatas. Por ende, del rey abajo, ministros, diputados, senadores, secretarios generales, gobernadores, alcaldes concejales y hasta sus escribientes, para evitar la indignidad que supondrían las alpargatas, mejoraron sus sueldos y prebendas, dietas, gastos de representación, etc., en progresión geométrica, chupando cada vez mas y en mayor número de mamantes o mamones, de la gran ubre del Estado que, en buena concepción democrática, somos todos. Lo que quiere decir, que cada ciudadano productivo se convierte en un pezón del que chupan varios lechones; si hacemos bien la suma de todos los funcionarios de todas clases de las administraciones estatales, autonómicas, provinciales y locales, no es de extrañar que la gran teta del Estado, haya contraído así una crónica anemia, sin que las derechas tengan compasión de tan escuálido enfermo.
--¿Sugieres que la solución pasaría por la supresión del Estado?. Le pregunté.
--No. Todo lo contrario. Sugiero que hay que alimentar muy bien a esta vaca sagrada para que tenga mucha leche y, al mismo tiempo, regular muy bien la cantidad de leche que cada lechón puede succionar de la gran ubre. El Mercado Productor, el de Bienes y Servicios y el Laboral, no pueden ser dejado a su suerte, capricho o intenciones. El Patrimonio, tampoco. Toda persona, física, jurídica, toda actividad económica, ha de contribuir con el sobrante o plusvalía que genere su actividad a engordar la vaca sagrada, para que su ubre tenga alimento suficiente para todos. La diferencia entre los mamíferos no deberían sustanciarse en mas de tres puntos. Lo que conllevaría la implantación de sueldos máximos. Por lo menos, hasta que la educación y solidaridad necesarias hayan impregnado la sociedad, para llegar a implantarse la utópica igualdad económica, base del resto de las igualdades humanas.
Le interrumpí lo que ya parecía un discurso, diciéndole: --Entonces, ¿cómo te respondió cuado le hablaste de la subida de su sueldo y el de los Concejales?. Y me resumió la respuesta del Alcalde:
--Me dijo, quedándose tan ancho, que él perdía dinero siendo Alcalde. Había abandonado sus negocios particulares para ocuparse de las tareas del Ayuntamiento, donde, aun con la subida, ganaba menos que en sus anteriores ocupaciones. Lo mismo le ocurría a los demás miembros de la Corporación.
Intervine: --Es mas o menos, lo que afirman los Ministros y Diputados: que ganan mas en la actividad privada que dedicándose a la función pública.
--Sí, sobrino. Es la mentira mas socorrida que existe. Porque nadie hace tal, si de alguna manera, no previeran obtener mayor ventaja de lo público que de lo privado. Pero la ley les permite a unos y otros, fijarse sus propios sueldos. En esto, funcionan como los Consejos de Administración de las empresas privadas. Son los obreros, los que no tienen potestad legal para fijarse a sí mismos los sueldos. Luego, cuando oigas decir que un Ministro, Diputado, Consejero, etc., son “trabajadores”, término que gustan usar ellos mismos en democracia, puedes reírte o tomártelo a broma; pero en ningún caso creerlo.
Si estuviesen en política para servir al pueblo, no les importaría ganar menos dinero que en las empresas privadas. “Si el mismo estómago tenemos, ¿por qué cobran unos de mas, y otros cobramos de menos?”. Eso sería lo justo: que fueran considerados como “Obreros de cuello blanco”, como propusieron en la Comuna de París. Que no se aprovechasen de la política y cuando se retiraran de ella, lo hicieran sin obtener privilegios especiales. Mientras esto no suceda, son una clase especial, aparte, distinta de la clase trabajadora: son la Clase Política.
En la lógica de la Derecha, la política es una profesión legítima en la que la ambición está bien vista, en la que también impera las Leyes del Mercado. Pero en la lógica de la Izquierda, la política es una vocación. Su motor no es mercantil, sino ideológico. Desea el poder, para ir cambiando la realidad, en una larga marcha hacia la utopía: el establecimiento de la Justicia real, no simplemente teórica. Están obligados a dar ejemplo de austeridad.
Si no se dedican a la cosa pública, porque lo privado tiene mas incentivo económico, la solución no está en hacer atractiva la política incentivándola igual o mas que lo privado, sino en todo lo contrario: desprenderse de estos políticos profesionales, porque jamás cambiarán nada, ni eliminarán las injusticias sociales. Todo lo mas que harán será esforzarse en ser buenos administradores o gestores. Pero aceptar que la política no es nada mas que administrar bien, es un pensamiento conservador, derechista. La moral de la Izquierda, además de administrar bien, exige un cambio de las estructuras, que haga posible la Justicia y la Igualdad real.
Esta moral exige que el rey de un país de alpargatas, vaya también en alpargatas. El Estado no debe remunerar a sus servidores, a sus cargos, como para permitirles que, en un país de alpargatas, ellos puedan permitirse usar zapatos de piel de cocodrilo.
Oí decir a mi tío Manuel: Si el Alcalde y los Concejales del Ayuntamiento son –como aseguran- hombres de izquierdas, si su solidaridad con los parados que tanto pregonan, es cierta, si efectivamente son austeros y honrados administradores de la hacienda pública, ¿por qué, a la primera ocasión, se suben sus sueldos en porcentajes muy superiores al I.P.C. y a lo pactado en los Convenios Colectivos del resto de los trabajadores?.
--Está claro –continuó- que una cosa es predicar, y otra, dar trigo. Como se decía de los frailes medievales que invadían los pueblos hambrientos en misiones de evangelización, teniendo repletos los graneros de sus conventos.
Le oía atentamente, mientras mareaba el corto de café que le sirvió el camarero. Y, como sólo sonreí ante su comentario, se apresuró a convertirlo en una acusación generalizada a toda la clase política, pero que –a su juicio- era mas sangrante, por contradictoria, cuando eran políticos de izquierdas los que incurrían en tal actitud.
--Las derechas, -decía- es lógico que así actúen, porque siempre han ejercido el poder como un medio de enriquecimiento personal y familiar. El caciquismo brutal, ha sido su distintivo durante generaciones. Siempre han disfrazado sus pretensiones con sofismas tales, como la necesaria dignidad de la función pública. No podría ser digno (ejemplo extremo) que un rey fuese en alpargatas. Por ende, del rey abajo, ministros, diputados, senadores, secretarios generales, gobernadores, alcaldes concejales y hasta sus escribientes, para evitar la indignidad que supondrían las alpargatas, mejoraron sus sueldos y prebendas, dietas, gastos de representación, etc., en progresión geométrica, chupando cada vez mas y en mayor número de mamantes o mamones, de la gran ubre del Estado que, en buena concepción democrática, somos todos. Lo que quiere decir, que cada ciudadano productivo se convierte en un pezón del que chupan varios lechones; si hacemos bien la suma de todos los funcionarios de todas clases de las administraciones estatales, autonómicas, provinciales y locales, no es de extrañar que la gran teta del Estado, haya contraído así una crónica anemia, sin que las derechas tengan compasión de tan escuálido enfermo.
--¿Sugieres que la solución pasaría por la supresión del Estado?. Le pregunté.
--No. Todo lo contrario. Sugiero que hay que alimentar muy bien a esta vaca sagrada para que tenga mucha leche y, al mismo tiempo, regular muy bien la cantidad de leche que cada lechón puede succionar de la gran ubre. El Mercado Productor, el de Bienes y Servicios y el Laboral, no pueden ser dejado a su suerte, capricho o intenciones. El Patrimonio, tampoco. Toda persona, física, jurídica, toda actividad económica, ha de contribuir con el sobrante o plusvalía que genere su actividad a engordar la vaca sagrada, para que su ubre tenga alimento suficiente para todos. La diferencia entre los mamíferos no deberían sustanciarse en mas de tres puntos. Lo que conllevaría la implantación de sueldos máximos. Por lo menos, hasta que la educación y solidaridad necesarias hayan impregnado la sociedad, para llegar a implantarse la utópica igualdad económica, base del resto de las igualdades humanas.
Le interrumpí lo que ya parecía un discurso, diciéndole: --Entonces, ¿cómo te respondió cuado le hablaste de la subida de su sueldo y el de los Concejales?. Y me resumió la respuesta del Alcalde:
--Me dijo, quedándose tan ancho, que él perdía dinero siendo Alcalde. Había abandonado sus negocios particulares para ocuparse de las tareas del Ayuntamiento, donde, aun con la subida, ganaba menos que en sus anteriores ocupaciones. Lo mismo le ocurría a los demás miembros de la Corporación.
Intervine: --Es mas o menos, lo que afirman los Ministros y Diputados: que ganan mas en la actividad privada que dedicándose a la función pública.
--Sí, sobrino. Es la mentira mas socorrida que existe. Porque nadie hace tal, si de alguna manera, no previeran obtener mayor ventaja de lo público que de lo privado. Pero la ley les permite a unos y otros, fijarse sus propios sueldos. En esto, funcionan como los Consejos de Administración de las empresas privadas. Son los obreros, los que no tienen potestad legal para fijarse a sí mismos los sueldos. Luego, cuando oigas decir que un Ministro, Diputado, Consejero, etc., son “trabajadores”, término que gustan usar ellos mismos en democracia, puedes reírte o tomártelo a broma; pero en ningún caso creerlo.
Si estuviesen en política para servir al pueblo, no les importaría ganar menos dinero que en las empresas privadas. “Si el mismo estómago tenemos, ¿por qué cobran unos de mas, y otros cobramos de menos?”. Eso sería lo justo: que fueran considerados como “Obreros de cuello blanco”, como propusieron en la Comuna de París. Que no se aprovechasen de la política y cuando se retiraran de ella, lo hicieran sin obtener privilegios especiales. Mientras esto no suceda, son una clase especial, aparte, distinta de la clase trabajadora: son la Clase Política.
En la lógica de la Derecha, la política es una profesión legítima en la que la ambición está bien vista, en la que también impera las Leyes del Mercado. Pero en la lógica de la Izquierda, la política es una vocación. Su motor no es mercantil, sino ideológico. Desea el poder, para ir cambiando la realidad, en una larga marcha hacia la utopía: el establecimiento de la Justicia real, no simplemente teórica. Están obligados a dar ejemplo de austeridad.
Si no se dedican a la cosa pública, porque lo privado tiene mas incentivo económico, la solución no está en hacer atractiva la política incentivándola igual o mas que lo privado, sino en todo lo contrario: desprenderse de estos políticos profesionales, porque jamás cambiarán nada, ni eliminarán las injusticias sociales. Todo lo mas que harán será esforzarse en ser buenos administradores o gestores. Pero aceptar que la política no es nada mas que administrar bien, es un pensamiento conservador, derechista. La moral de la Izquierda, además de administrar bien, exige un cambio de las estructuras, que haga posible la Justicia y la Igualdad real.
Esta moral exige que el rey de un país de alpargatas, vaya también en alpargatas. El Estado no debe remunerar a sus servidores, a sus cargos, como para permitirles que, en un país de alpargatas, ellos puedan permitirse usar zapatos de piel de cocodrilo.
LA RADIO DE PACO. LA PIRENÁICA.


LA RADIO DE PACO.
Escuchaban la radio que, no existiendo todavía la Televisión, era el medio mas popular de la comunicación. Al principio, era también un lujo tener una en los carentes años de postguerra que de todo faltaba, por culpa del cerco económico que sufría España, un verdadero bloqueo de las Naciones Unidas, al que no se sumó Argentina, gobernada entonces por el General Perón y la santa maniquí, su esposa “Evita”, que suplía la carencia de un Ministerio de Seguridad o Atención Social, haciendo ingentes obras de caridad con los fondos del Estado. Por tanto, nación no influida por el contubernio judeo-comunista-masónico internacional, fantasma franquista al que se le achacaban todos los males de España, que tenía por objetivo impedir el progreso patrio, prioridad del Glorioso Movimiento Nacional: el crecimiento económico, que hiciera verdad el lema que Franco hizo poner en el cuello del negro pájaro, que añadió al Escudo de España: “Una, Grande y Libre”. El trigo y la carne enlatada argentina, se ocuparon de llenar los estómagos de los vencedores, primero, y el sobrante, cuando lo había, podía encontrarse en el mercado negro, llamado entonces “estraperlo” y en los comedores públicos del Auxilio Social.
No tienen derecho los hijos y nietos de los vencedores, a criticar la escasez de Cuba, tras un bloqueo que dura casi medio siglo, cuando la España franquista lo pasó tan mal, en otro bloqueo que apenas duró quince años, nos impuso Cartilla de Racionamiento, nos dejó fuera del Plan Marshall, como retrató bien Berlanga en su película “Bienvenido Mr. Marshall”, y que consiguió leche en polvo, latas de queso naranja y material bélico americano, usado, además de su membresía en la ONU, a cambio de vender la dignidad nacional, cediendo al Presidente Eisenhower, suelo patrio para sus bases militares, desde entonces y hasta hoy, usadas en todos los conflictos y guerras económicas americanas, hasta las últimas de Iraq y Afganistán.
La radio era importante. Mantenía vivo el espíritu de los demócratas republicanos, y el de todos los que lucharon por la Constitución y la libertad, que nos trajo la República que pidieron las urnas, a mediados del florido y alegre mes de Abril de1931.
Se escuchaban novelas lagrimosas que las vecinas de mi patio comentaban en corrillo, por las tardes, mientras zurzían calcetines, repasaban camisas o remendaban los pantalones de sus hijos y maridos.
Se escuchaban todos los domingos locutores charlatanes, narrando con inusitada rapidez lo que sucedía en los campos de fútbol, deporte importado de Inglaterra y que, junto a las corridas de Toros, eran fomentados por el Régimen, con el claro propósito de tener las mentes de los hombres entretenidas. Incluso la canción Andaluza, llamada desde entonces Española, entretenía a las mujeres. Tanto a la hora de comer, como a la de cenar, el Régimen tenía reservado su espacio propagandístico, “ el Parte” precedido por una composición musical que englobaba los tres Himnos representativos de los vencedores: el requetés “Por Dios, por la Patria y el Rey”, el falangista “Cara al Sol” y el de los granaderos o monárquico, al que puso letra el fascista Pemán, invitándonos a los españoles a saludar al estilo nazi, con su “alzad los brazos, hijos del pueblo español”. Los oyentes, no se enteraban nunca de lo que ocurría en el mundo y, menos aun, de lo que acontecía en España. Para estar informados, había de recurrirse a la BBC de Londres y a la muy perseguida y siempre saboteada con estruendosas interferencias, Radio España Independiente, REI, popularmente conocida como “La Pirenaica”, porque se creía que emitían desde los Pirineos franceses, como indicaba la cabecera de sus emisiones: “Buenas noches. Aquí Radio España Independiente, emitiendo en sus ondas 21, 25, 30 y 39 metros y en sus ONDAS VOLANTES”.
Así nos informábamos de lo que ocurría con los maquis, con los presos políticos, con la policía política, llamada Brigada Político-social, semejante a la GESTAPO alemana o DINA pinochetista, con las posteriores Comisiones Obreras, sindicatos clandestinos que, junto a los cenetistas, llevaban el peso de la lucha obrera. Por aquel entonces, no tuvieron presencia interna ni el PSOE ni la UGT que se hallaban todos en la vecina Francia; desaparecieron en la guerra y, como el Guadiana, no reaparecieron hasta que el parkinson aflojó la férrea mano del Dictador.
La radio de Paco cumplió perfectamente esta labor informativa y alentadora. Era especialmente hermoso oír la voz de La Pasionaria animando las huelgas de los mineros, los encierros de trabajadores en algunas iglesias o las protestas universitarias de Madrid. Sirvió también para dar el nombre de muchos detenidos, insistentemente, evitando así, su probable desaparición o que se les aplicase la muy recurrente “ley de fuga”. También supo reunir grandes movilizaciones internacionales, en contra de las penas de muerte que Franco firmó.
La radio de Paco era popular entre amigos y vecinos. Estaba encendida todo el día. Entre novelas, retransmisión de deportes, los partes de Radio Nacional de España, los concursos de todas clases y las ocurrentes cuñas de propaganda comercial, sólo dejaba de transmitir cuando la luz se iba. Es decir, cuando la cortaban desde la fábrica, como se decía, porque la escasa producción, obligaba a racionarla, al igual que ocurría con el agua que, racionada también, sólo salía de los grifos comunales de ocho de la mañana a doce o una de la tarde.
A Paco y los demás radioyentes, les parecía milagroso poder oír con tanta nitidez a Matías Prat que hablaba en Madrid, como si estuviera en la misma habitación con ellos.
En uno de los partes, o “diarios hablados”, dos días después de visitar a su familia del pueblo, oyó decir:-“ Esta mañana esplendorosa, de sol radiante, se ha cumplido con uno de los mas fervientes deseos de los vecinos de la comarca....que ya podrán almacenar el agua para sus campos y regadíos, evitando con ello en el futuro, las constantes sequías que impedían a sus tierras dar los esperados frutos como resultados de sus duros trabajos y esfuerzos en las labores agrícolas. Porque hoy, Su Excelencia el Caudillo, acompañado del Ministro de Trabajo, Alcaldes de la comarca y demás autoridades, ha inaugurado el pantano de...., cuyos efectos benéficos se notarán en breve, en todos los pueblos de la zona, cando se recojan los ...hectómetros que tiene de capacidad esta necesaria y ejemplar obra pública, planificada por el arquitecto don....y los ingenieros don... y don... Tras cortar la la preceptiva cinta, el Obispo Monseñor...., bendijo las grandiosas instalaciones y a los obreros que las habían realizado, con el empeño de engrandecer a la Patria, haciendo mas productivos sus campos.........etc.,etc.,...” porque en esto de la palabra, nadie superaba a don Matías Prats. De hecho, existían dos frases típicas para referirse a las personas locuaces: “hablas mas que Castelar” y “te enrollas mas que Matías”. Castelar fue un diputado de la Primera República que llegó a ser su Presidente y Matías el locutor mas afamado de la naciente radio.
Pero, tras oír la radio, Paco dijo al corrillo de amigos que la oían con él: “¡Esto no me lo puedo creer!. Anteayer mismo, estuve visitando a mis parientes del pueblo y pude ver que la presa no está aun acabada. Falta un gran trozo de muro. Estaban aun las vigas de hierro, junto a un enorme montón de rocas, las grúas y además, charlé con el guarda y me dijo que aun tenían para largo.”
Un oyente le contestó:-“¡Pues ya lo has oído, el Caudillo acaba de inaugurarlo!.Se habrán dado prisa. En estos dos días que hace que pasaste por allí, habrán terminado el muro que faltaba, habrán gastado las vigas y las rocas que viste y hasta lo habrán llenado de agua.”
Ante las risas de todos, prosiguió:-“¡Qué incrédulo eres Paco!. Tú, créeme, lo que tienes que hacer es viajar menos, y oír la radio mas.”
Esto provocó mas risas todavía, porque acababan de aplicarle a Paco, las mismas palabras de un chiste que, por entonces corría, referido a un viajante de comercio que leyendo la prensa, afirmaba que ninguna de las obras citadas existían, porque él había pasado por esos lugares y no las había visto. A lo que fue respondido: “Usted, lo que ha de hacer, si quiere estar bien informado, es viajar menos y leer la prensa mas”. Recordaron el chiste, y todos se carcajearon al verlo aplicado, como anillo al dedo, al viejo Paco.
Entre bromas y charlas, se quedaron un poco mas con Paco, aunque un par de ellos se despidieron con la excusa de ser demasiado tarde y tener que madrugar, pero la verdad es que se iban por miedo. Porque intuían que estaban haciendo tiempo, para poder conectar con La Pirenaica y no querían tener problemas, de ser descubiertos o delatados en tan temeraria acción.
Efectivamente, pasado un tiempo, abandonaron el patio común de vecinos y se introdujeron en el dormitorio de Paco, al fondo, cerrando la puerta tras sí, además de las ventanas. Bajaron al mínimo el volumen de la radio y comenzaron a mover el dial, despacio, buscando la deseada conexión, hasta que entre chasquidos, pitidos y toda clase de ruidos, lograron sintonizar con las notas del Himno de Riego y sus caras se alegraron con su contagioso ritmo que, aquellos oyentes clandestinos, en voz baja, trataban de canturrear. –“Si Torrijos fue fusilado, no lo fe ni por vil ni traidor, que murió con la espada en la mano, defendiendo la Constitución”.Cantaba Paco, refiriéndose a La Pepa, promulgada en Cádiz. Otro, usaba la mas popular letra anticlerical de: “Si los curas y monjas supieran, la paliza que les van a dar, cantarían a coro gritando, ¡libertad, libertad, libertad”. Letrilla ésta que mostraba que el pueblo llano era consciente de la total implicación de la Iglesia Católica en la guerra civil, en contra de la República. Mas ruidos, pitidos y chasquidos.
No tienen derecho los hijos y nietos de los vencedores, a criticar la escasez de Cuba, tras un bloqueo que dura casi medio siglo, cuando la España franquista lo pasó tan mal, en otro bloqueo que apenas duró quince años, nos impuso Cartilla de Racionamiento, nos dejó fuera del Plan Marshall, como retrató bien Berlanga en su película “Bienvenido Mr. Marshall”, y que consiguió leche en polvo, latas de queso naranja y material bélico americano, usado, además de su membresía en la ONU, a cambio de vender la dignidad nacional, cediendo al Presidente Eisenhower, suelo patrio para sus bases militares, desde entonces y hasta hoy, usadas en todos los conflictos y guerras económicas americanas, hasta las últimas de Iraq y Afganistán.
La radio era importante. Mantenía vivo el espíritu de los demócratas republicanos, y el de todos los que lucharon por la Constitución y la libertad, que nos trajo la República que pidieron las urnas, a mediados del florido y alegre mes de Abril de1931.
Se escuchaban novelas lagrimosas que las vecinas de mi patio comentaban en corrillo, por las tardes, mientras zurzían calcetines, repasaban camisas o remendaban los pantalones de sus hijos y maridos.
Se escuchaban todos los domingos locutores charlatanes, narrando con inusitada rapidez lo que sucedía en los campos de fútbol, deporte importado de Inglaterra y que, junto a las corridas de Toros, eran fomentados por el Régimen, con el claro propósito de tener las mentes de los hombres entretenidas. Incluso la canción Andaluza, llamada desde entonces Española, entretenía a las mujeres. Tanto a la hora de comer, como a la de cenar, el Régimen tenía reservado su espacio propagandístico, “ el Parte” precedido por una composición musical que englobaba los tres Himnos representativos de los vencedores: el requetés “Por Dios, por la Patria y el Rey”, el falangista “Cara al Sol” y el de los granaderos o monárquico, al que puso letra el fascista Pemán, invitándonos a los españoles a saludar al estilo nazi, con su “alzad los brazos, hijos del pueblo español”. Los oyentes, no se enteraban nunca de lo que ocurría en el mundo y, menos aun, de lo que acontecía en España. Para estar informados, había de recurrirse a la BBC de Londres y a la muy perseguida y siempre saboteada con estruendosas interferencias, Radio España Independiente, REI, popularmente conocida como “La Pirenaica”, porque se creía que emitían desde los Pirineos franceses, como indicaba la cabecera de sus emisiones: “Buenas noches. Aquí Radio España Independiente, emitiendo en sus ondas 21, 25, 30 y 39 metros y en sus ONDAS VOLANTES”.
Así nos informábamos de lo que ocurría con los maquis, con los presos políticos, con la policía política, llamada Brigada Político-social, semejante a la GESTAPO alemana o DINA pinochetista, con las posteriores Comisiones Obreras, sindicatos clandestinos que, junto a los cenetistas, llevaban el peso de la lucha obrera. Por aquel entonces, no tuvieron presencia interna ni el PSOE ni la UGT que se hallaban todos en la vecina Francia; desaparecieron en la guerra y, como el Guadiana, no reaparecieron hasta que el parkinson aflojó la férrea mano del Dictador.
La radio de Paco cumplió perfectamente esta labor informativa y alentadora. Era especialmente hermoso oír la voz de La Pasionaria animando las huelgas de los mineros, los encierros de trabajadores en algunas iglesias o las protestas universitarias de Madrid. Sirvió también para dar el nombre de muchos detenidos, insistentemente, evitando así, su probable desaparición o que se les aplicase la muy recurrente “ley de fuga”. También supo reunir grandes movilizaciones internacionales, en contra de las penas de muerte que Franco firmó.
La radio de Paco era popular entre amigos y vecinos. Estaba encendida todo el día. Entre novelas, retransmisión de deportes, los partes de Radio Nacional de España, los concursos de todas clases y las ocurrentes cuñas de propaganda comercial, sólo dejaba de transmitir cuando la luz se iba. Es decir, cuando la cortaban desde la fábrica, como se decía, porque la escasa producción, obligaba a racionarla, al igual que ocurría con el agua que, racionada también, sólo salía de los grifos comunales de ocho de la mañana a doce o una de la tarde.
A Paco y los demás radioyentes, les parecía milagroso poder oír con tanta nitidez a Matías Prat que hablaba en Madrid, como si estuviera en la misma habitación con ellos.
En uno de los partes, o “diarios hablados”, dos días después de visitar a su familia del pueblo, oyó decir:-“ Esta mañana esplendorosa, de sol radiante, se ha cumplido con uno de los mas fervientes deseos de los vecinos de la comarca....que ya podrán almacenar el agua para sus campos y regadíos, evitando con ello en el futuro, las constantes sequías que impedían a sus tierras dar los esperados frutos como resultados de sus duros trabajos y esfuerzos en las labores agrícolas. Porque hoy, Su Excelencia el Caudillo, acompañado del Ministro de Trabajo, Alcaldes de la comarca y demás autoridades, ha inaugurado el pantano de...., cuyos efectos benéficos se notarán en breve, en todos los pueblos de la zona, cando se recojan los ...hectómetros que tiene de capacidad esta necesaria y ejemplar obra pública, planificada por el arquitecto don....y los ingenieros don... y don... Tras cortar la la preceptiva cinta, el Obispo Monseñor...., bendijo las grandiosas instalaciones y a los obreros que las habían realizado, con el empeño de engrandecer a la Patria, haciendo mas productivos sus campos.........etc.,etc.,...” porque en esto de la palabra, nadie superaba a don Matías Prats. De hecho, existían dos frases típicas para referirse a las personas locuaces: “hablas mas que Castelar” y “te enrollas mas que Matías”. Castelar fue un diputado de la Primera República que llegó a ser su Presidente y Matías el locutor mas afamado de la naciente radio.
Pero, tras oír la radio, Paco dijo al corrillo de amigos que la oían con él: “¡Esto no me lo puedo creer!. Anteayer mismo, estuve visitando a mis parientes del pueblo y pude ver que la presa no está aun acabada. Falta un gran trozo de muro. Estaban aun las vigas de hierro, junto a un enorme montón de rocas, las grúas y además, charlé con el guarda y me dijo que aun tenían para largo.”
Un oyente le contestó:-“¡Pues ya lo has oído, el Caudillo acaba de inaugurarlo!.Se habrán dado prisa. En estos dos días que hace que pasaste por allí, habrán terminado el muro que faltaba, habrán gastado las vigas y las rocas que viste y hasta lo habrán llenado de agua.”
Ante las risas de todos, prosiguió:-“¡Qué incrédulo eres Paco!. Tú, créeme, lo que tienes que hacer es viajar menos, y oír la radio mas.”
Esto provocó mas risas todavía, porque acababan de aplicarle a Paco, las mismas palabras de un chiste que, por entonces corría, referido a un viajante de comercio que leyendo la prensa, afirmaba que ninguna de las obras citadas existían, porque él había pasado por esos lugares y no las había visto. A lo que fue respondido: “Usted, lo que ha de hacer, si quiere estar bien informado, es viajar menos y leer la prensa mas”. Recordaron el chiste, y todos se carcajearon al verlo aplicado, como anillo al dedo, al viejo Paco.
Entre bromas y charlas, se quedaron un poco mas con Paco, aunque un par de ellos se despidieron con la excusa de ser demasiado tarde y tener que madrugar, pero la verdad es que se iban por miedo. Porque intuían que estaban haciendo tiempo, para poder conectar con La Pirenaica y no querían tener problemas, de ser descubiertos o delatados en tan temeraria acción.
Efectivamente, pasado un tiempo, abandonaron el patio común de vecinos y se introdujeron en el dormitorio de Paco, al fondo, cerrando la puerta tras sí, además de las ventanas. Bajaron al mínimo el volumen de la radio y comenzaron a mover el dial, despacio, buscando la deseada conexión, hasta que entre chasquidos, pitidos y toda clase de ruidos, lograron sintonizar con las notas del Himno de Riego y sus caras se alegraron con su contagioso ritmo que, aquellos oyentes clandestinos, en voz baja, trataban de canturrear. –“Si Torrijos fue fusilado, no lo fe ni por vil ni traidor, que murió con la espada en la mano, defendiendo la Constitución”.Cantaba Paco, refiriéndose a La Pepa, promulgada en Cádiz. Otro, usaba la mas popular letra anticlerical de: “Si los curas y monjas supieran, la paliza que les van a dar, cantarían a coro gritando, ¡libertad, libertad, libertad”. Letrilla ésta que mostraba que el pueblo llano era consciente de la total implicación de la Iglesia Católica en la guerra civil, en contra de la República. Mas ruidos, pitidos y chasquidos.
Dijo Paco, volviendo a explorar con los grandes botones de la radio: -“Esta noche se están pasando con los ruidos. Estos fachas lo hacen a propósito, para fastidiarnos la audición”. –“¡Chist, chistsss, que ya la tenemos!”, se dijeron unos a otros cuando sonaron las primeras palabras inteligibles, pero con intercalaciones ruidosas:
-“ ...la horrible dictadura fascista del general Franco acabará pronto...el pueblo español, amante de la libertad, no permitirá que la opresión se prolongue....Nuestros camaradas del interior, desde su patriótica clandestinidad, nos han informado de las luchas que se están librando en los montes de...entre la resistencia y la Guardia Civil...donde las fuerzas franquistas, vestidas de partisanos, lograron engañar a la gente campesina, apresando a cuantos ayudaron con provisiones a las guerrillas del monte...La respuesta de los patriotas republicanos ha sido contundente.....muertos y cinco fascistas heridos......el pasado Uno de Mayo, que el dictador ha rebautizado como “Día de San José Obrero”, mientras los adictos a la dictadura ofrecían al dictador un multitudinario homenaje...los Coros y Danzas de la Sección Femenina de la Falange...llevados desde las ciudades en autobuses y trenes fletados por el Régimen...Pilar Primo de Rivera pronunció... agradecidos...rememoración de los homenajes obligados del pueblo alemán al Führer....una multitud de trabajadores recorrieron las calles de Atocha...y...cantando la Internacional...con miles de puños en alto..significando la fuerza del trabajo, única que puede levantar Esp...y..rest....la democracia, bruscamente interrumpida por la traidora sublevación... hasta que..fueron disueltos..fuerte carga policial.....llamados popularmente “los Grises”.....practicando detenciones...como si en vez de trabajadores fueran delincuent.....rojo las calles con sang..obrer.....trasladados a la Dirección Gener..y cárcel de Carabanchel. Las fotografías que disponemos....colaborador italiano, que pudo burlar la........También es noticia que................”
Y los ruidos e interferencias producidas adrede en las ondas, hicieron imposible seguir oyendo al insurrecto locutor republicano de la muy estimada estación que, suponíamos, emitía desde los mismos Montes Pirineos, cuando la realidad fue que transmitió durante un año mas o menos, desde Moscú y el resto del tiempo, desde Rumanía.
-“¡Joder!”, exclamó Paco. “Parece que en Madrid ha estallado la revolución general que estamos esperando. Sin embargo, esta misma mañana he hablado por conferencia telefónica con mi hijo Manolito (ya sabéis, el que se fue a trabajar a Madrid) y, nada parecido a esto, me ha contado. Me dijo que sólo vio un poco de jaleo, aunque estuvo en la glorieta de Atocha; algunas carreras a lo lejos y, eso sí, muchísima policía. Pero claro, por teléfono, no puede uno explayarse en explicaciones”.
A lo que el mismo del chiste, volvió a repetirle a Paco: -“ Tú, querido Paco, lo que tienes que hacer es hablar menos con tu hijo de Madrid y oír mas la Pirenaica”.
¡Demasiado!. Le habían aplicado las palabras del chiste por segunda vez en una misma tarde. No sé si Paco aprendió algo de esta lección, pero uno de los oyentes sí, porque se lo contó a mi abuelo y así pude yo saberla y aplicarla en muchos aspectos a los tiempos en que, gracias a Dios, volvemos en España a tener elecciones. Antes de seguir, quiero afirmar mi contentamiento por la libertad y democracia que disfrutamos hoy. La sé valorar porque casi la mitad de mi vida carecí de ella. Lo cual no significa que la democracia existente, no sea manifiestamente mejorable.
Los partidos políticos diseñan sus campañas, contratando especialistas en marketing, hablando en cada lugar de los problemas locales, leídos a veces, minutos antes del mitin. El dinero que cada formación política gasta en campaña, no es el mismo. Por lo que quien gasta mas en el bombardeo propagandístico, suele ganar las elecciones.
Los candidatos designados por las cúpulas de los partidos, no son los mejores, sino los que consiguen imponerse mediante acuerdos y pactos internos entre los distintos grupos, tendencias e influencias existentes en cada partido. Como mucho, en aquellos que su funcionamiento interno es mas democrático, estaría dispuesto a admitir que el candidato sea el mejor dentro del partido en cuestión. Pero los mejores hombres no suelen presentarse a las elecciones. Todavía mas: no suelen trabajar en la política. Incluso huyen de ella, detestando sus forcejeos internos.
El político debería serlo por vocación. Para conseguir que sólo los vocacionales entren en este campo, ha de despojársele de toda ventaja distinta a la del resto de los ciudadanos. Incluso el sueldo no debe ser superior al que le proporcionaba su anterior profesión. Los gastos especiales en los que necesariamente se verá obligado a efectuar en el cumplimiento de sus deberes, serán rigurosamente supervisados. Ni un centavo mas, ni tampoco menos. Ninguna prebenda, regalo, ni beneficio alguno. Dedicación absoluta y plena sin ninguna compatibilización.
Suelen aducir que así perderíamos a los mejores gestores, que se irían al sector privado por su mayor remuneración. ¡Eso es precisamente lo que necesita la vida política!: la liberación de tales gestores que no entrarían en política, si con ello menguaran sus estipendios, poderes e influencias. Los políticos deberían ser obreros de cuello blanco, iguales en todo a los obreros de mono azul.
“Cada hombre, un voto”. Es la esencia de la democracia. Cada escaño, el mismo número de votos, y también el mismo para cada concejal. Lo demás inventos, no son democráticos y obedecen a oscuros deseos de distorsionar la democracia, eliminando de ella a las opciones políticas minoritarias, con lo que en pro del pragmatismo, se cercenan los derechos de las minorías que las auténticas democracias, están obligadas a proteger.
Los reparos a la proporcionalidad que podrían poner las comunidades poco y mucho pobladas, se solventarían con la pendiente reforma del Senado que tendría en cuenta éstas y otras diferencias.
De poco sirven las intervenciones de los diputados en el Parlamento, senadores en el Senado o concejales en los Ayuntamientos, con sus réplicas y contrarréplicas. Nadie convencerá a nadie, porque antes de votar, han ordenado previamente el sentido del voto desde los diversos portavoces de cada partido. La llamada “disciplina de voto” hace inservible al Parlamento, que ya no sirve para “parlamentar”, sino para asentir o negar lo acordado previamente en despachos y pasillos.
Las Comisiones de Estudio o Investigación, nunca dan otros resultados que los previstos, porque sus miembros son los propios interesados: no hay Jueces en ellas.
Las promesas electorales son meras declaraciones de intenciones. Pocas, pues, se cumplen. Y su incumplimiento no puede ser castigado, como lo es el de cualquier contrato comercial, sino que teóricamente, lo será en las urnas, cuando el olvidadizo pueblo vuelva a votar.
Los votos en blanco, nulos y abstenciones, no se reflejan en escaños vacíos, sin titular, ni en sillas vacías de los Consistorios, sino que se redistribuyen entre los partidos, con lo que el ciudadano que no vota o lo hace en blanco, no está representado en las instituciones. No puede hacerse visible el número de los descontentos, indiferentes o contrarios al sistema. Quizá sea esto, precisamente, lo que se quiera evitar.
Y hablo de la democracia española; no lo quiero hacer de las “democracias formales” de muchos países del mundo, donde se manipula el censo o se impide, se compran los votos o se impide votar, donde se dice que los que ganan las elecciones, son los que recuentan los votos.
Al final, el interlocutor de Paco, el repetidor del chiste, tenía razón: lo que debo hacer es creer mas a los políticos, y menos a la insistente realidad.
-“ ...la horrible dictadura fascista del general Franco acabará pronto...el pueblo español, amante de la libertad, no permitirá que la opresión se prolongue....Nuestros camaradas del interior, desde su patriótica clandestinidad, nos han informado de las luchas que se están librando en los montes de...entre la resistencia y la Guardia Civil...donde las fuerzas franquistas, vestidas de partisanos, lograron engañar a la gente campesina, apresando a cuantos ayudaron con provisiones a las guerrillas del monte...La respuesta de los patriotas republicanos ha sido contundente.....muertos y cinco fascistas heridos......el pasado Uno de Mayo, que el dictador ha rebautizado como “Día de San José Obrero”, mientras los adictos a la dictadura ofrecían al dictador un multitudinario homenaje...los Coros y Danzas de la Sección Femenina de la Falange...llevados desde las ciudades en autobuses y trenes fletados por el Régimen...Pilar Primo de Rivera pronunció... agradecidos...rememoración de los homenajes obligados del pueblo alemán al Führer....una multitud de trabajadores recorrieron las calles de Atocha...y...cantando la Internacional...con miles de puños en alto..significando la fuerza del trabajo, única que puede levantar Esp...y..rest....la democracia, bruscamente interrumpida por la traidora sublevación... hasta que..fueron disueltos..fuerte carga policial.....llamados popularmente “los Grises”.....practicando detenciones...como si en vez de trabajadores fueran delincuent.....rojo las calles con sang..obrer.....trasladados a la Dirección Gener..y cárcel de Carabanchel. Las fotografías que disponemos....colaborador italiano, que pudo burlar la........También es noticia que................”
Y los ruidos e interferencias producidas adrede en las ondas, hicieron imposible seguir oyendo al insurrecto locutor republicano de la muy estimada estación que, suponíamos, emitía desde los mismos Montes Pirineos, cuando la realidad fue que transmitió durante un año mas o menos, desde Moscú y el resto del tiempo, desde Rumanía.
-“¡Joder!”, exclamó Paco. “Parece que en Madrid ha estallado la revolución general que estamos esperando. Sin embargo, esta misma mañana he hablado por conferencia telefónica con mi hijo Manolito (ya sabéis, el que se fue a trabajar a Madrid) y, nada parecido a esto, me ha contado. Me dijo que sólo vio un poco de jaleo, aunque estuvo en la glorieta de Atocha; algunas carreras a lo lejos y, eso sí, muchísima policía. Pero claro, por teléfono, no puede uno explayarse en explicaciones”.
A lo que el mismo del chiste, volvió a repetirle a Paco: -“ Tú, querido Paco, lo que tienes que hacer es hablar menos con tu hijo de Madrid y oír mas la Pirenaica”.
¡Demasiado!. Le habían aplicado las palabras del chiste por segunda vez en una misma tarde. No sé si Paco aprendió algo de esta lección, pero uno de los oyentes sí, porque se lo contó a mi abuelo y así pude yo saberla y aplicarla en muchos aspectos a los tiempos en que, gracias a Dios, volvemos en España a tener elecciones. Antes de seguir, quiero afirmar mi contentamiento por la libertad y democracia que disfrutamos hoy. La sé valorar porque casi la mitad de mi vida carecí de ella. Lo cual no significa que la democracia existente, no sea manifiestamente mejorable.
Los partidos políticos diseñan sus campañas, contratando especialistas en marketing, hablando en cada lugar de los problemas locales, leídos a veces, minutos antes del mitin. El dinero que cada formación política gasta en campaña, no es el mismo. Por lo que quien gasta mas en el bombardeo propagandístico, suele ganar las elecciones.
Los candidatos designados por las cúpulas de los partidos, no son los mejores, sino los que consiguen imponerse mediante acuerdos y pactos internos entre los distintos grupos, tendencias e influencias existentes en cada partido. Como mucho, en aquellos que su funcionamiento interno es mas democrático, estaría dispuesto a admitir que el candidato sea el mejor dentro del partido en cuestión. Pero los mejores hombres no suelen presentarse a las elecciones. Todavía mas: no suelen trabajar en la política. Incluso huyen de ella, detestando sus forcejeos internos.
El político debería serlo por vocación. Para conseguir que sólo los vocacionales entren en este campo, ha de despojársele de toda ventaja distinta a la del resto de los ciudadanos. Incluso el sueldo no debe ser superior al que le proporcionaba su anterior profesión. Los gastos especiales en los que necesariamente se verá obligado a efectuar en el cumplimiento de sus deberes, serán rigurosamente supervisados. Ni un centavo mas, ni tampoco menos. Ninguna prebenda, regalo, ni beneficio alguno. Dedicación absoluta y plena sin ninguna compatibilización.
Suelen aducir que así perderíamos a los mejores gestores, que se irían al sector privado por su mayor remuneración. ¡Eso es precisamente lo que necesita la vida política!: la liberación de tales gestores que no entrarían en política, si con ello menguaran sus estipendios, poderes e influencias. Los políticos deberían ser obreros de cuello blanco, iguales en todo a los obreros de mono azul.
“Cada hombre, un voto”. Es la esencia de la democracia. Cada escaño, el mismo número de votos, y también el mismo para cada concejal. Lo demás inventos, no son democráticos y obedecen a oscuros deseos de distorsionar la democracia, eliminando de ella a las opciones políticas minoritarias, con lo que en pro del pragmatismo, se cercenan los derechos de las minorías que las auténticas democracias, están obligadas a proteger.
Los reparos a la proporcionalidad que podrían poner las comunidades poco y mucho pobladas, se solventarían con la pendiente reforma del Senado que tendría en cuenta éstas y otras diferencias.
De poco sirven las intervenciones de los diputados en el Parlamento, senadores en el Senado o concejales en los Ayuntamientos, con sus réplicas y contrarréplicas. Nadie convencerá a nadie, porque antes de votar, han ordenado previamente el sentido del voto desde los diversos portavoces de cada partido. La llamada “disciplina de voto” hace inservible al Parlamento, que ya no sirve para “parlamentar”, sino para asentir o negar lo acordado previamente en despachos y pasillos.
Las Comisiones de Estudio o Investigación, nunca dan otros resultados que los previstos, porque sus miembros son los propios interesados: no hay Jueces en ellas.
Las promesas electorales son meras declaraciones de intenciones. Pocas, pues, se cumplen. Y su incumplimiento no puede ser castigado, como lo es el de cualquier contrato comercial, sino que teóricamente, lo será en las urnas, cuando el olvidadizo pueblo vuelva a votar.
Los votos en blanco, nulos y abstenciones, no se reflejan en escaños vacíos, sin titular, ni en sillas vacías de los Consistorios, sino que se redistribuyen entre los partidos, con lo que el ciudadano que no vota o lo hace en blanco, no está representado en las instituciones. No puede hacerse visible el número de los descontentos, indiferentes o contrarios al sistema. Quizá sea esto, precisamente, lo que se quiera evitar.
Y hablo de la democracia española; no lo quiero hacer de las “democracias formales” de muchos países del mundo, donde se manipula el censo o se impide, se compran los votos o se impide votar, donde se dice que los que ganan las elecciones, son los que recuentan los votos.
Al final, el interlocutor de Paco, el repetidor del chiste, tenía razón: lo que debo hacer es creer mas a los políticos, y menos a la insistente realidad.
CHARLAS DE ENTIERROS.
CHARLAS DE ENTIERROS.
-“Acompaño su sentimiento”, repetían casi unánimemente todos los vecinos, dándole el pésame a Pascual por la repentina muerte de su suegra, que llevaba diez años viviendo con el matrimonio, los que habían transcurrido desde que enviudó. Un desgraciado accidente acabó con su quisquillosa vida.
El día anterior, mientras echaba afrecho a las gallinas en el corral, pasando delante de la cuadra, recibió de improviso una contundente coz de la mula. No duró viva, la pobre, mas de unas horas. El médico no estaba en el pueblo pero, según el boticario que la asistió, aunque hubiese estado, tampoco podría haber hecho nada mas por la pobre mujer.
Todo esto y mas, se comentaba esa noche en el velatorio, alrededor de la difunta decorosamente amortajada con sus mejores ropas, chal nuevo, y su peinado perfecto, luciendo sus horquillas y peinetas y velo negro que resaltaba el gris azulado de sus cabellos.
Entre taza y taza de café que una vecina distribuía entre el velatorio, se oyeron los siempre repetidos lamentos de : “¡No somos nada!, ¡Con lo buena que era!”, al tiempo que las cabezas se movían afirmativamente, expresado asentimiento y resignación, intercalado por algún que otro suspiro.
Por la mañana siguiente, el soñoliento Pascual, continuaba haciendo gestiones en el Ayuntamiento, Juzgado de Paz y en la Parroquia, para completar la burocracia que, por lo visto, nos persigue aun después de muertos.
Por fin sobre las cinco de la tarde se realizó el sepelio. Dada la cercanía del Camposanto, llevaron a hombros el féretro, seguidos del cura y monaguillos, revestidos de negro y oro para la ocasión, y a pocos metros iba Pascual, familiares y vecinos, todos hombres, ya que ni mujeres ni niños solían ir a los entierros, sino que se reservaban para la Misa de Difuntos que se les decía a los finados, unas semanas después y, a la que no acudían los hombres que, solían esperar a sus mujeres en la taberna. Así repartían el rol de cada sexo en estos eventos.
El cura canturreaba en latín, idioma oficial de la Iglesia para los actos litúrgicos, una retahíla de rezos, contestada mecánicamente por los dos monaguillos, hasta que llegaron a la fosa abierta donde continuó y terminó el responso aspergiendo la caja con agua bendita.
-“A mí, cuando me traigan aquí, que me rocíen con vino o me levanto y los corro a todos”, decía a su corrillo en voz baja. Las risas contenidas del grupito, atrajeron la mirada amonestadora del párroco e hizo que éste se apresurara, leyendo lo que le quedaba, como si no existiesen los puntos ni las comas, apresurándose a despedirse de Pascual y subir con prisas la cuesta, acompañado de sus monaguillos que, corriendo y saltando, le tomaron la delantera en su regreso apresurado a la iglesia.
Las primeras paladas de tierra sonaron como tambor, al chocar contra la tapa del féretro, con menor cadencia cada vez, como si los enterradores estuvieran tomando parte en alguna apuesta por ver quien acababa antes con su parte del montón que rodeaba la fosa. Pascual se encamino hacia la puerta del recinto, donde se detuvo, saludando la larga fila formada por la concurrencia que, dándole la mano, repetían su monótono “acompaño su sentimiento”, “paciencia”, “resignación” u otras del escaso repertorio reservado para tan tristes momentos. Por ello, causó sensación la frase del que pedía se rociado con vino que, estrechando la mano de Pascual, le dijo: “Pascual, ¡te compro tu mula!”.
Broma negra y macabra que siguió comentándose después del entierro, en la taberna, donde todos coincidían para tomase unos chatos de vino, quizá con la intención de olvidar la seriedad de la muerte. Costumbre sabia de muchos pueblos que con naturalidad aceptan la muerte porque es en la taberna, done se puede filosofar y teologizar mejor sobre ella. En este etnólogo foro, se oyeron los recios argumentos de la ruda sencillez de los hombres del campo. Estoy seguro que, de decirse en castellano las retahílas latinescas del cura, hubieran servido para aclarar algo sobre el tema de la muerte, pero pronunciadas en latín, ninguno de cuantos las oyeron pudieron saber el punto de vista de la Iglesia, ya que la lengua de Virgilio estaba fuera de la formación que se daba a quienes labraban la tierra.
-“Si estuviera aquí el cura, podríamos preguntarle”. Dijo uno.
-“El cura no bebe. ¿cómo va a estar en una taberna?. Le respondió otro.
-“Bueno...eso de que no bebe...Lo que pasa es que bebe solo. Por lo menos, unos buenos lingotazos de moscatel en cada Misa, sin invitar a nadie. Alza el copón y lo muestra a la concurrencia, de izquierda a derecha, para que todos lo vean. Como si dijera: LO VERÉIS, PERO NO LO CATARÉIS,...y se lo bebe todo en un trago largo sin respirar siquiera”. Describió un tercero.
-“No. Primero hinca la rodilla y luego bebe”. Rectificó otro, añadiendo: “¿Por qué lo hará?”.
-“Hinca la rodilla para pedir perdón, porque beber es pecado. Lo que pasa es que los curas tienen permiso para hacer las cosas al revés. Así que primero pide perdón y luego, bebe.”
-“¡No seas bestia –replicó otro- los curas no pecan!,¡ése es su trabajo!: decir Misas”.
-“¡Le cambio su trabaja por el mío!. ¡Vaya trabajo: media hora a la semana y, encima, con vino gratis!”.Le respondió alguien.
-“Bueno, bueno. En todas partes hay algún cura. Cada pueblo tiene el suyo. Incluso las tribus africanas tienen sus hechiceros. ¡Por algo será!, ¿no?. Se oyó desde el fondo del mostrador.
-“¡Claro –repuso el que reclamaba la presencia del cura- porque hasta los negros de África se mueren!”.
Sin quizá pretenderlo, éste dio la explicación a la existencia universal de la religión organizada: la muerte. Toda religión está conectada con la muerte. Sin muerte no habría iglesias, curas ni hechiceros de ninguna clase. El temor, el miedo, la esperanza de algo mejor, la inquietud ante lo desconocido, el silencio mismo de los que se mueren, que jamás retornan. Todo ello, mas o menos explicado, puesto en orden, organizado, parieron las religiones del mundo y nos trajeron las disputas sobre asuntos de fe que lo ensangrentaron.
-“¿Por qué morimos?”. Preguntó Pascual para, sin esperar respuesta, contestarse a sí mismo:-“Porque todo muere. Animales, plantas, todo lo que está vivo. Una piedra no muere, porque está muerta”.
-“Tú, ¿no crees que la muerte sea un castigo divino por el pecado?. Señaló uno.
-“No lo sé. Pero, ¿pecan los animales o las plantas, que también mueren?”. Respondió Pascual y prosiguió: -“Tal vez la muerte formara parte de los planes de Dios, aun antes que el hombre pecara, porque también algunos ángeles pecaron y no se dice que mueran. Tal vez la vida eterna sea incompatible con el cuerpo que tenemos.
Tal vez, aunque creamos que vivimos, estamos simplemente ensayando, para luego, poder realmente vivir. La muerte existe. La vemos. Pero sigo sin saber por qué morimos, y tampoco por qué vivimos. Sólo creo saber, que estamos aquí.”
-“El cementerio es el punto final”. Decretó otro, tras apurar su chato de vino, añadiendo: -“Si antes de nacer, no existíamos, ¿por qué vamos a existir después de morir?”; dejando en el aire la pregunta, por si alguien se atrevía a contestarla, mientras limpiaba con la manga su punzante barba de tres días.
-“¿Qué sabes tú si lo que nos falta es memoria o intuición, y por eso no recordamos haber vivido antes, ni intuimos volver a vivir después?. Tal vez, esta vida sea sólo un paréntesis, el intermedio real de una película de ficción.” Sugirió alguien.
-“Si la amnesia es universal, bien podría ser el castigo del pecado. Una amnesia general que alimente nuestra ignorancia o una puerta abierta a alguna secreta esperanza. Tal vez, la amnesia aunque larga, no sea eterna y volvamos a recordar y a saber. Así que estamos como al principio. Sin poder decir que el cura dice la verdad, pero tampoco que miente.” Respondieron desde el fondo de la barra.
-“Hombre, si viniera alguien de los que se han ido, para decirnos algo, sería otra cosa”. Afirmó el iniciador de este debate, que se volvía a repetir en cada entierro, con los mismos o parecidos resultados que éste.
-“¡Yo sí la creería!”. Dijo uno. A lo que otro respondió:”¡Pues yo no!; con lo mentirosa que era la pobrecilla”. Y, dirigiéndose a Pascual, le dijo:-“Pascual, no te ofendas. ¡Lo mismo nos gastaba una broma pesada para obligarnos a todos a ir a Misa!”.
-“Éste no creería ni a su santa madre que se le apareciera. Lo achacaría a la tajada que pilló el sábado”. Afirmó otro, provocando una vez mas las risas de sus compañeros.
-“O sea: que tampoco nos valdría como prueba determinante, que alguien del mas allá viniera al mas acá a contarnos lo que allá ocurre. Unos creerían y otros no. Estamos, pues, como al principio.” Fue la conclusión que otro sacó.
Mi abuelo, que allí se hallaba como vecino cumplidor, mas por causa de Pascual que por su suegra, a la que apenas conoció, instó a todos a volver a sus casas porque las manecillas del reloj casi llegaban a las diez de la noche y había que cenar y madrugar al día siguiente para la diaria faena.
Se despidieron todos de todos y el tabernero se quedó prácticamente sin clientela, a la que posiblemente, no volvería a ver junta, hasta el próximo entierro que se celebrara en el pueblo.
Desviándose de su camino, acompañó a Pascual hasta su puerta y, algo creyente y algo incrédulo, repetiría lo que tantas veces oí de sus labios: -“Cá uno é cá uno. Vive y deja vivir. Cá uno tié su experiencia”.
Nadie tiene derecho a coaccionar ninguna conciencia. La fe o las fes, son personales. Tan íntimas, que nadie puede adquirirlas ni perderlas. Quien cree en Dios, en el mas allá, etc., lo hace por fe, no por pruebas. Quien no cree, también lo hace por fe, porque tampoco tiene pruebas. ¿Qué pasará luego, cuando la muerte nos llegue?. La verdad, que no demasiado. Si el no creyente es quien tiene razón, no pasará nada: la no existencia, la nada absoluta, la eterna amnesia. Si es el creyente el que tiene la razón, ¡eso que se lleva! Y, en tal caso, tal vez encontraríamos todos la justicia y la paz que no vimos en la tierra.
-“A mí, personalmente, me parece lógico que habiéndonos hallado con el regalo de una vida, sin pedirlo ni buscarlo, tengamos que dar algún tipo de cuentas, de cómo vivimos esos años. La idea de un Juicio o Auto-examen, liberados de todos los problemas y condicionantes de esta vida, me parece razonable. Como también, que unos aprueben y otros suspendan y que, el aprobar y el suspender, tengan sus consecuencias.”
Postuló mi abuelo a Pascual en mi imaginación, ya que, siendo niño, ni acudí al entierro, ni a la taberna. Sólo supe que la pobre suegra de Pascual, murió de una coz que le propinó su propia mula, que seguramente, me lo dijo mi abuelo como seria advertencia, para que jamás pasara por detrás de las mas mansas caballerías.
-“Acompaño su sentimiento”, repetían casi unánimemente todos los vecinos, dándole el pésame a Pascual por la repentina muerte de su suegra, que llevaba diez años viviendo con el matrimonio, los que habían transcurrido desde que enviudó. Un desgraciado accidente acabó con su quisquillosa vida.
El día anterior, mientras echaba afrecho a las gallinas en el corral, pasando delante de la cuadra, recibió de improviso una contundente coz de la mula. No duró viva, la pobre, mas de unas horas. El médico no estaba en el pueblo pero, según el boticario que la asistió, aunque hubiese estado, tampoco podría haber hecho nada mas por la pobre mujer.
Todo esto y mas, se comentaba esa noche en el velatorio, alrededor de la difunta decorosamente amortajada con sus mejores ropas, chal nuevo, y su peinado perfecto, luciendo sus horquillas y peinetas y velo negro que resaltaba el gris azulado de sus cabellos.
Entre taza y taza de café que una vecina distribuía entre el velatorio, se oyeron los siempre repetidos lamentos de : “¡No somos nada!, ¡Con lo buena que era!”, al tiempo que las cabezas se movían afirmativamente, expresado asentimiento y resignación, intercalado por algún que otro suspiro.
Por la mañana siguiente, el soñoliento Pascual, continuaba haciendo gestiones en el Ayuntamiento, Juzgado de Paz y en la Parroquia, para completar la burocracia que, por lo visto, nos persigue aun después de muertos.
Por fin sobre las cinco de la tarde se realizó el sepelio. Dada la cercanía del Camposanto, llevaron a hombros el féretro, seguidos del cura y monaguillos, revestidos de negro y oro para la ocasión, y a pocos metros iba Pascual, familiares y vecinos, todos hombres, ya que ni mujeres ni niños solían ir a los entierros, sino que se reservaban para la Misa de Difuntos que se les decía a los finados, unas semanas después y, a la que no acudían los hombres que, solían esperar a sus mujeres en la taberna. Así repartían el rol de cada sexo en estos eventos.
El cura canturreaba en latín, idioma oficial de la Iglesia para los actos litúrgicos, una retahíla de rezos, contestada mecánicamente por los dos monaguillos, hasta que llegaron a la fosa abierta donde continuó y terminó el responso aspergiendo la caja con agua bendita.
-“A mí, cuando me traigan aquí, que me rocíen con vino o me levanto y los corro a todos”, decía a su corrillo en voz baja. Las risas contenidas del grupito, atrajeron la mirada amonestadora del párroco e hizo que éste se apresurara, leyendo lo que le quedaba, como si no existiesen los puntos ni las comas, apresurándose a despedirse de Pascual y subir con prisas la cuesta, acompañado de sus monaguillos que, corriendo y saltando, le tomaron la delantera en su regreso apresurado a la iglesia.
Las primeras paladas de tierra sonaron como tambor, al chocar contra la tapa del féretro, con menor cadencia cada vez, como si los enterradores estuvieran tomando parte en alguna apuesta por ver quien acababa antes con su parte del montón que rodeaba la fosa. Pascual se encamino hacia la puerta del recinto, donde se detuvo, saludando la larga fila formada por la concurrencia que, dándole la mano, repetían su monótono “acompaño su sentimiento”, “paciencia”, “resignación” u otras del escaso repertorio reservado para tan tristes momentos. Por ello, causó sensación la frase del que pedía se rociado con vino que, estrechando la mano de Pascual, le dijo: “Pascual, ¡te compro tu mula!”.
Broma negra y macabra que siguió comentándose después del entierro, en la taberna, donde todos coincidían para tomase unos chatos de vino, quizá con la intención de olvidar la seriedad de la muerte. Costumbre sabia de muchos pueblos que con naturalidad aceptan la muerte porque es en la taberna, done se puede filosofar y teologizar mejor sobre ella. En este etnólogo foro, se oyeron los recios argumentos de la ruda sencillez de los hombres del campo. Estoy seguro que, de decirse en castellano las retahílas latinescas del cura, hubieran servido para aclarar algo sobre el tema de la muerte, pero pronunciadas en latín, ninguno de cuantos las oyeron pudieron saber el punto de vista de la Iglesia, ya que la lengua de Virgilio estaba fuera de la formación que se daba a quienes labraban la tierra.
-“Si estuviera aquí el cura, podríamos preguntarle”. Dijo uno.
-“El cura no bebe. ¿cómo va a estar en una taberna?. Le respondió otro.
-“Bueno...eso de que no bebe...Lo que pasa es que bebe solo. Por lo menos, unos buenos lingotazos de moscatel en cada Misa, sin invitar a nadie. Alza el copón y lo muestra a la concurrencia, de izquierda a derecha, para que todos lo vean. Como si dijera: LO VERÉIS, PERO NO LO CATARÉIS,...y se lo bebe todo en un trago largo sin respirar siquiera”. Describió un tercero.
-“No. Primero hinca la rodilla y luego bebe”. Rectificó otro, añadiendo: “¿Por qué lo hará?”.
-“Hinca la rodilla para pedir perdón, porque beber es pecado. Lo que pasa es que los curas tienen permiso para hacer las cosas al revés. Así que primero pide perdón y luego, bebe.”
-“¡No seas bestia –replicó otro- los curas no pecan!,¡ése es su trabajo!: decir Misas”.
-“¡Le cambio su trabaja por el mío!. ¡Vaya trabajo: media hora a la semana y, encima, con vino gratis!”.Le respondió alguien.
-“Bueno, bueno. En todas partes hay algún cura. Cada pueblo tiene el suyo. Incluso las tribus africanas tienen sus hechiceros. ¡Por algo será!, ¿no?. Se oyó desde el fondo del mostrador.
-“¡Claro –repuso el que reclamaba la presencia del cura- porque hasta los negros de África se mueren!”.
Sin quizá pretenderlo, éste dio la explicación a la existencia universal de la religión organizada: la muerte. Toda religión está conectada con la muerte. Sin muerte no habría iglesias, curas ni hechiceros de ninguna clase. El temor, el miedo, la esperanza de algo mejor, la inquietud ante lo desconocido, el silencio mismo de los que se mueren, que jamás retornan. Todo ello, mas o menos explicado, puesto en orden, organizado, parieron las religiones del mundo y nos trajeron las disputas sobre asuntos de fe que lo ensangrentaron.
-“¿Por qué morimos?”. Preguntó Pascual para, sin esperar respuesta, contestarse a sí mismo:-“Porque todo muere. Animales, plantas, todo lo que está vivo. Una piedra no muere, porque está muerta”.
-“Tú, ¿no crees que la muerte sea un castigo divino por el pecado?. Señaló uno.
-“No lo sé. Pero, ¿pecan los animales o las plantas, que también mueren?”. Respondió Pascual y prosiguió: -“Tal vez la muerte formara parte de los planes de Dios, aun antes que el hombre pecara, porque también algunos ángeles pecaron y no se dice que mueran. Tal vez la vida eterna sea incompatible con el cuerpo que tenemos.
Tal vez, aunque creamos que vivimos, estamos simplemente ensayando, para luego, poder realmente vivir. La muerte existe. La vemos. Pero sigo sin saber por qué morimos, y tampoco por qué vivimos. Sólo creo saber, que estamos aquí.”
-“El cementerio es el punto final”. Decretó otro, tras apurar su chato de vino, añadiendo: -“Si antes de nacer, no existíamos, ¿por qué vamos a existir después de morir?”; dejando en el aire la pregunta, por si alguien se atrevía a contestarla, mientras limpiaba con la manga su punzante barba de tres días.
-“¿Qué sabes tú si lo que nos falta es memoria o intuición, y por eso no recordamos haber vivido antes, ni intuimos volver a vivir después?. Tal vez, esta vida sea sólo un paréntesis, el intermedio real de una película de ficción.” Sugirió alguien.
-“Si la amnesia es universal, bien podría ser el castigo del pecado. Una amnesia general que alimente nuestra ignorancia o una puerta abierta a alguna secreta esperanza. Tal vez, la amnesia aunque larga, no sea eterna y volvamos a recordar y a saber. Así que estamos como al principio. Sin poder decir que el cura dice la verdad, pero tampoco que miente.” Respondieron desde el fondo de la barra.
-“Hombre, si viniera alguien de los que se han ido, para decirnos algo, sería otra cosa”. Afirmó el iniciador de este debate, que se volvía a repetir en cada entierro, con los mismos o parecidos resultados que éste.
-“¡Yo sí la creería!”. Dijo uno. A lo que otro respondió:”¡Pues yo no!; con lo mentirosa que era la pobrecilla”. Y, dirigiéndose a Pascual, le dijo:-“Pascual, no te ofendas. ¡Lo mismo nos gastaba una broma pesada para obligarnos a todos a ir a Misa!”.
-“Éste no creería ni a su santa madre que se le apareciera. Lo achacaría a la tajada que pilló el sábado”. Afirmó otro, provocando una vez mas las risas de sus compañeros.
-“O sea: que tampoco nos valdría como prueba determinante, que alguien del mas allá viniera al mas acá a contarnos lo que allá ocurre. Unos creerían y otros no. Estamos, pues, como al principio.” Fue la conclusión que otro sacó.
Mi abuelo, que allí se hallaba como vecino cumplidor, mas por causa de Pascual que por su suegra, a la que apenas conoció, instó a todos a volver a sus casas porque las manecillas del reloj casi llegaban a las diez de la noche y había que cenar y madrugar al día siguiente para la diaria faena.
Se despidieron todos de todos y el tabernero se quedó prácticamente sin clientela, a la que posiblemente, no volvería a ver junta, hasta el próximo entierro que se celebrara en el pueblo.
Desviándose de su camino, acompañó a Pascual hasta su puerta y, algo creyente y algo incrédulo, repetiría lo que tantas veces oí de sus labios: -“Cá uno é cá uno. Vive y deja vivir. Cá uno tié su experiencia”.
Nadie tiene derecho a coaccionar ninguna conciencia. La fe o las fes, son personales. Tan íntimas, que nadie puede adquirirlas ni perderlas. Quien cree en Dios, en el mas allá, etc., lo hace por fe, no por pruebas. Quien no cree, también lo hace por fe, porque tampoco tiene pruebas. ¿Qué pasará luego, cuando la muerte nos llegue?. La verdad, que no demasiado. Si el no creyente es quien tiene razón, no pasará nada: la no existencia, la nada absoluta, la eterna amnesia. Si es el creyente el que tiene la razón, ¡eso que se lleva! Y, en tal caso, tal vez encontraríamos todos la justicia y la paz que no vimos en la tierra.
-“A mí, personalmente, me parece lógico que habiéndonos hallado con el regalo de una vida, sin pedirlo ni buscarlo, tengamos que dar algún tipo de cuentas, de cómo vivimos esos años. La idea de un Juicio o Auto-examen, liberados de todos los problemas y condicionantes de esta vida, me parece razonable. Como también, que unos aprueben y otros suspendan y que, el aprobar y el suspender, tengan sus consecuencias.”
Postuló mi abuelo a Pascual en mi imaginación, ya que, siendo niño, ni acudí al entierro, ni a la taberna. Sólo supe que la pobre suegra de Pascual, murió de una coz que le propinó su propia mula, que seguramente, me lo dijo mi abuelo como seria advertencia, para que jamás pasara por detrás de las mas mansas caballerías.
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